De plata regia: Juana de Austria y el cáliz de O Castro de Ouro

Javier Gómez Darriba

Técnico en Historia del Arte de la Diócesis de Lugo

javier.gomez.darriba@gmail.com

En el noreste de Galicia, a escasos kilómetros del Cantábrico, existe una vasta llanura cercada por montañas que recibe desde siglos atrás el sugestivo nombre de Valle de Oro. En el corazón de dicha planicie emerge una pequeña colina en cuya cumbre se yerguen una fortaleza de origen medieval y la iglesia parroquial de San Salvador de O Castro de Ouro (Alfoz, Lugo). El templo sobresale por ser de los pocos en España que todavía atesora uno de los cálices que Juana de Austria dispuso hacer en su testamento con la intención de legarlos a las parroquias de la Corona de Castilla que no alcanzasen para semejantes obras suntuarias [1]. Nuestro objetivo es presentar esta alhaja realizada en Madrid en 1573-1574 por Alonso Muñoz, la cual constituye un ejemplo paradigmático del carácter magnánimo y devoto de su regia promotora.

La corta pero intensa vida de Juana de Austria (Madrid, 1535-† El Escorial, 1573), ha suscitado desde la década de 1990 numerosos estudios desde diversas perspectivas que han contribuido a enriquecer el conocimiento de un complejo personaje soslayado hasta entonces. Si bien la reciente historiografía se ha desasido del carácter apologético que caracterizó a la del siglo XIX y buena parte del XX, no es menos cierto que la dimensión de su figura se ha relegado en favor de su fundación del convento de las Descalzas Reales, cuyo edificio y colección artística han acaparado la atención de muchos investigadores (Cortés, 2008). Nuestra protagonista fue la benjamina de Carlos I e Isabel de Portugal. Infanta de Castilla y princesa de Portugal, alcanzó la regencia de España desde julio de 1554 hasta agosto de 1559 como consecuencia del matrimonio entre su hermano Felipe II y María Tudor. Sus profundas convicciones religiosas y su íntima amistad con Francisco de Borja le llevaron a ser la única mujer en la historia en ingresar en la Compañía de Jesús. La fuerte personalidad que le caracterizaba trascendió al mundo de las artes, pues ejerció un sobresaliente mecenazgo y contrató a célebres figuras que, en algún caso, cumplieron un primer encargo para la Corte que les aseguró continuidad al postularse Felipe II como cliente preferente. Entre la nómina de artistas que le sirvieron, cabe destacar a los arquitectos Juan de Herrera, Juan Bautista de Toledo y Francesco Pacciotto; a pintores como Alonso Sánchez Coello, Antonio Moro, Cristóbal Morales, Jooris van der Straeten o Sofonisba Anguissola; al escultor Pompeo Leoni; a un personaje que dominó las dos últimas artes como Gaspar Becerra; o a los polifacéticos Jacopo da Trezzo y Giampaolo Poggini, cuya genialidad traspasó a distintas artes más allá de la orfebrería1. Por último, dentro de la platería, a Alonso Muñoz y a Martín de Arrandolaza, autor y contraste del cáliz que centra nuestra atención.

El 13 de enero de 1573 Juana hizo testamento en Madrid y el 31 de agosto ratificó sus últimas voluntades. En ambos documentos dispuso la siguiente cláusula2:

Quiero y es mi voluntad que lo más en breve que ser pudiere, después de mi fallecimiento, se empleen mil ducados en hacer tantos cálices de plata llanos que salga cada uno de toda costa a treinta ducados, los cuales se hayan de distribuir y repartir por las iglesias pobres de las montañas que por su pobreza no alcanzan a tener sino cálices de estaño; y para que en esto mejor se acierte, podrán mis testamentarios dar noticia de esta obra pía al obispo de Burgos y al arzobispo de Santiago y a los obispos de montañas en Castilla y Galicia, para que cada cual, informándose de la necesidad que hay en las iglesias que caen en las tales montañas de sus obispados, envíen aviso de ello.

Dispuso también que sus albaceas se encargasen de repartir las alhajas y de archivar las actas de entrega que les remitiesen los obispos. Asimismo, los párrocos beneficiarios habrían de rogar a Dios por su alma. Los testamentarios cumplieron lo ordenado con celeridad, pues el 22 de octubre de 1574, pasados 13 meses de su muerte, firmaron con el platero Alonso Muñoz el finiquito de 375.000 maravedíes correspondientes a la «partida de los cálices»3. De todo ello se concluye que se hubieron de llevar a cabo unas 33 piezas y que el obispo mindoniense Juan de Liermo sería el responsable de elegir O Castro de Ouro como la parroquia agraciada. Creemos que el haberla escogido pudo deberse a que sus terrenos eran de jurisdicción episcopal y la fortaleza contigua al templo propiedad de la mitra. No en vano, su antecesor en la cátedra había fallecido allí en 1572 (Cal, 2003: 355).

El pionero en reseñar la existencia de la alhaja litúrgica fue Villaamil y Castro (1907: 258)4. La identificó con la que Pallares y Gayoso había reseñado como una donación de Juana a la catedral de Lugo, la cual contenía un rótulo alusivo a la patrocinadora y pesaba «libra y media castellana» (1700: 164). Este autor hubo de contemplar el cáliz que se cita en un inventario de 1672 con la inscripción: «Dióme la serenísima Doña Juana de Austria, princesa de Portugal e infanta de Castilla, año 1572». Ya un recuento anterior (1600) indicaba la existencia de dos cálices iguales entregados por la infanta que no se conservan (Fernández, 1997: 20-21; Louzao, 2004: 112-113, 2141-2142, 2174). De todos modos, la conjetura de Villaamil queda invalidada. La pieza que nos ocupa presenta una data distinta (1573), correspondiente al año en que Juana testó su deseo de realizar los cálices [2]; tampoco coinciden en el peso (355 gramos el de Alfoz por 690 el de Lugo); y la sede lucense no tenía relación con la feligresía de O Castro de Ouro porque pertenecía al obispado de Mondoñedo. A tenor de los datos expuestos, no sería de extrañar que el escribiente confundiese las fechas, siendo aquellas alhajas dos de las que Juana había donado a las parroquias gallegas. Puede que se condujesen a Lugo y, una vez custodiadas de manera provisional en la catedral, una no se entregase a la feligresía preceptiva.

En la década de 1960 González Paz y Ramón y Fernández Oxea anunciaron la existencia de dos cálices pertenecientes a esta serie en las aledañas parroquias de Santa María de Mugares (Toén, Ourense) y Santa María de Reza (Ourense)5. Manifestaron que en la visita girada a la catedral orensana en 1638 se había registrado uno con el conocido epígrafe alusivo a Juana. Quizás resultase cualquiera de los citados u otro que nunca fue entregado a parroquia alguna (1964: 340-341). Pasados unos años, Cruz Valdovinos sumó otro a la nómina antedicha (1986: 242, 249). Sáez González hizo lo propio respecto al de la iglesia de San Martiño de Currás (Tomiño, Pontevedra) (2001: 54). Recientemente, González Zamora ha estudiado uno perteneciente a una colección particular y ha identificado más ejemplares que, sin duda, revelan la eficiencia de los testamentarios en su distribución por la Corona de Castilla, de tal manera que se conserva uno en la feligresía de Valdorria (Valdepiélago, León); otro en la iglesia parroquial de San Pedro Apóstol de Carande (Riaño, León); y otro en el templo de Santa María de Aguayo (San Miguel de Aguayo, Cantabria). Además, descubrió en un contrato de 1616 datos muy elocuentes acerca de este particular. Entonces un apoderado del cura de Santa Colomba de Astorga ajustó con el platero Domingo de Laguna la realización de un cáliz después de haber desaparecido el regalado por la infanta. El artista habría de hacerlo conforme al «peso que parecieren tener otros semejantes que la Señora Princesa dio en el obispado y de la misma hechura», señal de que la diócesis asturicense hubo de verse beneficiada con la entrega de más piezas (González, 2017: 281-291)6.

El cáliz que nos ocupa es casi idéntico a los demás de la serie. Mide 24 cm de alto, 15,5 el diámetro del pie y 9,5 el de la copa. En el primero de los dos cuerpos de su basamento se hallan grabadas las armas de la promotora, la referida inscripción alusiva a ella, la data de 1573 y una cruz. El astil se compone de un gollete cilíndrico seguido de un nudo ovoide cercado por toros. La copa, baquetonada, presenta el labio y el interior sobredorados. Estilísticamente resulta un ejemplo paradigmático de una de las corrientes preponderantes en la platería cortesana de la época, que abogaba por la sencillez formal y la ausencia de ornamentos, esto es, por los cálices «llanos» como bien expresó la infanta en su testamento. En lo que respecta a su autoría, cabe señalar que en la parte interna del pie, además de un par de buriladas se halla el triple marcaje: [3] O/A/MV[---] alusivo al artista que lo efectuó (Alonso Muñoz); [---]D/LAZA en referencia al contraste (Martín de Arrandolaza); y el último eslabón del collar del Toisón de Oro que supone la marca de localidad (Madrid Corte). En un primer momento la historiografía confundió los roles de ambos artífices y atribuyó a Arrandolaza su ejecución7. Esta designación venía respaldada porque se interpretaba que Muñoz había sido contraste de la Corte en 1568 y 1587 (Cruz, 1986: 242-249). Pero la carta de finiquito anteriormente citada desacredita por completo esta tesis y nuevos datos documentales prueban que Arrandolaza ejerció como contraste en la Corte, en tanto que Muñoz como marcador (González, 2017). Corroboramos el reciente papel concedido a ambos por un hecho tan simple como el que en el cáliz objeto de estudio la marca del azcoitiano se halle estampada sobre la de Muñoz, de tal forma que borra una porción de la letra inicial del platero ejecutor. Lo cierto es que Muñoz estuvo 26 años al servicio de la infanta (Pérez de Tudela, 2017: 31). Hubo de ser el platero de igual apellido citado en el Libro de Acuerdos de sus albaceas como partícipe en la obra de su capilla funeraria en la iglesia de las Descalzas Reales, recinto que diseñó Juan de Herrera y cuya ejecución fue dirigida por Jacopo da Trezzo (1574-1578). A dicho orfebre los testamentarios le encargaron el dorado de las basas, capiteles y dentículos que se hallaban junto a los pilares y hornacinas de la capilla. Asimismo, en 1574 figuraba como tasador de los bienes de Juana (García, 2003)8.

En definitiva, la donación de estas piezas suntuarias por parte de la infanta revela una conspicua personalidad devota y magnánima respecto a decenas de iglesias carentes de los más necesarios objetos litúrgicos. El acceso a ellos quedaba al albur de un personaje altruista como el que nos ha ocupado. Para cuando se hizo el cáliz de O Castro de Ouro, por no haber, no había ni plateros en la zona. Hubo que esperar a 1577 a que se asentase en Mondoñedo el portugués Francisco Vieira y, desde la capital episcopal, surtiese con su arte a las feligresías del obispado (Gómez, 2021)9.

Notas

1 Marías, 1998: 449-452; Toajas, 2000; García, 2003; Villacorta, 2005.

2 Biblioteca Nacional de España, MSS/18168, Papeles de Gil González Dávila, f. ٥v.; Villacorta, 2005: 531; González, 2017: 282-283.

3 El documento lo transcribe Toajas, 2015: 144.

4 Dos años después resultó elegida para ser exhibida en la Exposición Regional Gallega celebrada en Santiago de Compostela, Diario de Galicia, 01/04/1909, p. 2.

5 Del primero se desconoce su paradero y del segundo solo se conserva el pie, que sirve de base a un ostensorio decimonónico, González, 2017: 289.

6 El autor considera que fue la localidad leonesa de Santa Colomba de Somoza la receptora del cáliz. Sin embargo, no habría que descartar que su destino fuese la parroquia astorgana de igual advocación o, si acaso, la de Villarnera de la Vega (Riego de la Vega), a 13 km de la ciudad episcopal.

7 Cruz, 1982: 102; Fernández y Munoa y Rabasco, 1992: 218-219; Sáez, 2001: 54.

8 Acerca de los objetos de plata que atesoraba a su muerte véase Pérez de Tudela, 2017.

9 Acerca del arte de la platería en dicha diócesis véase Kawamura y Sáez, 1999.

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