#VivasNosQueremos:
amistad política entre mujeres por la vida y onlife contra el feminicidio
#VivasNosQueremos: political friendship between women for life and onlife against femicide
GUIOMAR ROVIRA-SANCHO
Universitat de Girona (España)
Recibido: 5/01/2025 Aceptado: 9/10/2025
Resumen:
En este artículo se analiza la fuerza agregativa de la amistad política entre mujeres para la acción “onlife”: en vida, en vivo y en línea, durante el ciclo de protestas feministas en México entre 2016 y 2021. En este periodo, lo político emerge prefigurando una comunidad de mujeres que se declaran vivas y que invocan a las desaparecidas y asesinadas como destino compartido. El movimiento empezó con hashtags como #VivasNosQueremos. Siguió con movilizaciones y acción directa en las redes digitales y en el espacio físico, para “que el miedo cambie de bando”. Su potencia logró desestabilizar los ejes ordenadores del antagonismo, mostrando que el poder está donde las mujeres se juntan, adoptando la propuesta asociativa de la política de Hannah Arendt. En su devenir como laboratorio de producción simbólica, las mujeres crearon palabras, heterotopías y espacios otros, tomas de monumentos, ocupaciones, artivismo y llamados a quemar y destruirlo todo, señalando al Estado como responsable con #MéxicoFeminicida.
Palabras claves:
AMISTAD POLÍTICA ENTRE MUJERES; FEMINISMO; HASHTAGS;
HETEROTOPÍA; ONLIFE; FEMINICIDIO; MÉXICO
Abstract:
This article analyses the aggregative force of political friendship among women for ‘onlife’ action: in life, alive and online, during the cycle of feminist protests in Mexico between 2016 and 2021. In this period, the political emerges prefiguring a community of women declaring themselves alive and invoking the disappeared and murdered as a shared destiny. The movement began with hashtags such as #VivasNosQueremos. It continued with mobilisations and direct action on digital networks and in physical spaces, to ‘change fear’. Its potential managed to destabilise the organising axes of antagonism, showing that power is where women come together, paraphrasing Hannah Arendt and her associative proposal. In their becoming a laboratory of symbolic production, women created words, heterotopias and other spaces, seizures of monuments, occupations, artivism and calls to burn and destroy everything, pointing to the state as responsible with #MéxicoFeminicida.
Keywords:
WOMEN’S POLITICAL FRIENDSHIP; FEMINISM; HASHTAGS;
HETEROTOPIA; ONLIFE; FEMINICIDE; MEXICO
El Estado es hoy en día no sólo un aparato institucional, sino un estado de cosas y un modo de percibirlas. Por tanto, toda apertura tiene que ser un cambio o una afinación de las formas de percepción, como momento de “la verdad”, es decir, como revelación, luz, enrarecimiento normativo, extrañamiento. No hay política que no sea emancipadora, que no haga ver lo que no podía ser visto, sentir lo que se bloquea u oculta.
La comunicación es la llave de apertura a la política. La emergencia de Internet, con más de la mitad de la humanidad en las redes digitales en 2015, ha favorecido conversaciones inesperadas entre mujeres. Una politización peer to peer, es decir, entre pares, se ha gestado en relatos en primera persona, con la fuerza de lo testimonial y el valor de la experiencia. El lenguaje mismo de la red rompe con la intermediación o el filtro. No hay que llamar a un periodista, ni pedir permiso a un señor ni a un medio de comunicación o a un experto. Sin autor ni autoridad ni autorización, las mujeres hablan alrededor de hashtags o en perfiles de Facebook, Twitter, Instagram… La politización de los relatos personales permite darse cuenta (contar) de la cuenta de quienes no tienen parte (Rancière, 1996), los incontados (en este caso las incontadas), y de la violencia que ha sostenido ese ocultamiento. Y a la vez en las calles aparece una multitud que grita: “Mi cuerpo es mío, yo decido, tengo autonomía, yo soy mía. Que te dije que no! Pendejo NO!”. O la performance de Las Tesis actuada por docenas de miles de cuerpos, cuyo mensaje Laura Llevadot resume: “El Estado-nación es un pacto entre varones blancos y sus leyes son las del patriarcado” (2022, p.78)
Lo político como apertura de lo posible, como recuperación de la capacidad de fundar y refundar, se actualiza necesariamente bajo la forma de un caso concreto. En el México entre 2016 y 2021, el caso concreto será este sujeto imposible que se resume en los titulares de la prensa como “las mujeres”. Jean Luc Nancy expresa: “Lo político no consiste, principalmente, en la composición y la dinámica de poderes (…) sino en la apertura de un espacio. Este espacio se abre por la libertad –inicial, inaugural, recién surgida–, que se presenta allí en acción” (en Marchart, 2009: 105).
Las protestas feministas arrancan en México con la gran marcha “Nos Queremos Vivas” contra el feminicidio el 24 de abril de 2016. El “femisismo” (de sismo o terremoto feminista) llega para desarreglar la normalidad y del orden de los cuerpos. “Las mujeres” se desidentifican del fundamento patriarcal que las paraliza y domestica, y toman el espacio público “como si fueran salvajes”, es decir, no marcadas por el género que la civilización les impone.1
En este artículo se analizan el devenir de las multitudes conectadas de mujeres mayoritariamente jóvenes de la Ciudad de México en su capacidad para desestabilizar los ejes de la vida institucional entre izquierdas y derechas, mujeres y hombres, vivas y muertas. “Las mujeres” harán implosionar por dentro los feminismos, hackearán las redes digitales propiedad de las corporaciones tecnológicas, tomarán todos los espacios de formas inadecuadas: gritando, quemando, okupando, destruyendo reputaciones y mobiliario urbano. En las calles y fuera de ellas, las vivas invocarán a las muertas y prefigurarán una comunidad de destino cuya fatalidad se proponen destruir: un estado de las cosas que violenta, silencia y mata a los cuerpos feminizados.
Propongo entender esta #PrimaveraVioleta mexicana como emergencia, en las dos acepciones de la palabra: como “acción y efecto de emerger”; y a la vez como “situación de peligro o desastre que requiere una acción inmediata” (según la RAE) ante la violencia sexual y el feminicidio. Es la percepción de peligro lo que empuja a la acción inmediata y radical, porque “las mujeres” que salen a protestar deciden abrazar (“acuerpar”, dirán ellas) a las que ya fueron vejadas y asesinadas, porque ellas también presienten que lo serán si no hacen algo para poner el freno a la locomotora de la “pre-historia patriarcal de la humanidad”, diría Rita Segato (2003).
En algunos trabajos, como el de Tommaso Gravante (2024) se analiza este periodo de acción colectiva como el giro de la rabia que desafía las reglas de sentir y la cultura emocional machista mexicana. Pero la potencia feminista que se vivió de 2016 en adelante solo puede entenderse a partir de una afección positiva, la intensiva creación de vínculos, la densidad interactiva que genera un momento de “amistad política entre mujeres” (Raquel Gutiérrez, 2022; Francesca Gargallo, 2020), con sus cascadas de redundancia en red. La potencia de este ciclo conjura el miedo que toda joven siente en las calles de un país poscolonial, cuyo cuerpo político está atravesado por la violencia del extractivismo capitalista legal e ilegal. Lo hacen a fuerza de conjugar juntas un nuevo verbo, el verbo “acuerpar”, que emerge de la multitud y se convierte en la posibilidad de hacerse responsables de lo que pasará, de los cuerpos –ahora llamados “cuerpas”– de todas. Porque “Vivas nos queremos”. Y así son las asesinadas del futuro, las vivas de hoy, las que salen a romper y denunciar, porque se quieren entre sí como afecto y se quieren vivas como voluntad política.
Las mujeres deciden no buscar la aprobación de nadie y aliarse entre ellas, construyendo un “nosotras expansivo” (Gutiérrez, 2014) que las desidentifica de su lugar normativo.2 Las madres de víctimas de feminicidio pasan a ser un bloque de furiosas activistas. Las hijas bien portadas se vuelven incendiarias; las profesionales responsables exhiben la miseria del abuso sexual de sus jefes. La subjetivación política de estas “mujeres” ocurre como contagio, rompe con todo lo domesticado y silenciado en los cuerpos feminizados y subalternizados. Por eso, el ciclo de protestas feministas obligó a la reflexión sobre clase, raza, heterónoma e identidad trans, cuerpos disidentes, distintas habilidades, sobre qué pasa en las periferias de las grandes ciudades frente a los centros.
La metodología del punto de vista situado, propia de los estudios feministas, permite resaltar la posición de privilegio de quien ha participado observando la realidad que investiga. Como señala Donna Haraway (1988, p.581), “todo conocimiento es parcial y posicional”. Quien escribe este trabajo combina una mirada involucrada y cercana con una visión más amplia y analítica sobre un fenómeno sobre el que ha investigado y al que ha acompañado en los últimos años en la Ciudad de México. Todo lo que aquí se expone se basa en la etnografía y la etnografía digital, la participación observante, las notas en mis diarios de campo, las entrevistas con activistas, el seguimiento mediático de los momentos clave y un ingente corpus acumulado de la producción simbólica multimodal feminista. Según Bruno Latour, “lo social no es un lugar, una cosa, un dominio, un tipo de materia sino un movimiento provisorio de nuevas asociaciones” (Latour, 2005, p.335). Ese es el ánimo de este estudio: ofrecer una mirada que permita nuevas asociaciones para iluminar el sentido de este ciclo de protestas.
La ola feminista global inicia en junio de 2015, cuando bajo el hashtag #NiUnaMenos las mujeres argentinas tomaron masivamente las calles contra los feminicidios (Revilla-Blanco, 2019). Tal como se analiza en forma de visualizaciones de hashtags (Rovira-Sancho y Morales-i-Gras, 2022), #NiUnaMenos se viralizó y replicó por toda América Latina y Europa.
En sus Tesis sobre la historia, Walter Benjamin (2005) señala que las luchas construyen sus herencias no de forma consecutiva, sino que recogen las chispas de tiempo mesiánico que asumen como interpelación. #NiUnaMenos invoca la lucha de las madres de Ciudad Juárez, en la frontera norte de México a finales de siglo cuando salieron a exigir justicia para sus hijas cuyos cuerpos aparecían mutilados y violados, tirados en las cunetas como si fueran basura. El poema de Susana Chávez, “Ni Una Más”, ella también mártir de Juárez3, ha dado nombre a este ciclo transnacional.
En México, la #Primavera Violeta detonó con una convocatoria en Facebook el 24 de abril de 2016 bajo el lema “Vivas Nos Queremos”. La marcha empezó en Ecatepec, considerada la capital de los feminicidios, y avanzó masiva hasta el centro de la Ciudad de México. Las mujeres rechazaron el apoyo de algunos hombres, prestos a llevar megáfonos y a encabezar discursos; los hicieron bajar del estrado y no pudieron tomar la palabra.
Se insertaba una cuña disonante en el ámbito de los movimientos sociales organizados contra la violencia en el país, que gritaban “Vivos los llevaron, vivos los queremos”, un lema imprescindible tras la desaparición forzada de 43 estudiantes de Ayotzinapa en 2014. La simplificación a un solo verso y su declinación en femenino, “Vivas nos queremos”, denunciaba la invisibilidad social de los feminicidios y las desapariciones de mujeres. El uso de la primera persona de plural: nosotras, muestra un sinsentido, porque si lo decimos es que estamos vivas, pero hace aparecer una comunidad de futuras víctimas.
El orden, la estructura, el fundamento que se dan las sociedades es fruto de su historicidad. La institucionalización de las relaciones de poder es producto de largos procesos de sedimentación que sin embargo ocurren sin condición necesaria que los sostenga (aunque se recurra a buscar el fundamento en Dios, la Independencia, la Revolución, la Constitución…); forman parte de la contingencia histórica y de las violencias que deciden la suerte en el reparto simbólico y material. La marca colonial de una violencia indecible, que arrasó con culturas y personas en Mesoamérica, sigue atravesando el presente mexicano, tras dos siglos de independencia, en el juego interminable entre las condiciones heredadas y el abismo geopolítico global. Cuestionar esa violencia que se perpetúa en los estados postcoloniales incluye la colonialidad del género y hace emerger a los sujetos endriagos y “muy otros” que no logran ser blancos, ni machos, ni ricos. Ahí están los cuerpos feminizados, los pueblos indígenas, les trabajadores, las familias de las víctimas. La furia feminista puso en duda la normalidad republicana: ¿es admisible que se acose, se viole y se mate a las mujeres con casi total impunidad? En las calles, las manifestantes gritan: “Señor, señora, no sea indiferente. Se mata a las mujeres en la cara de la gente”. Pero ¿a qué mujeres se refieren las mujeres cuando gritan en femenino?
Desde 2016, en los espacios universitarios florecieron las colectivas de mujeres y las acciones de denuncia de las agresiones sexistas. Pero la violencia extrema se hizo presente el 3 de mayo de 2017, cuando la estudiante Lesvy Berlín Rivera Osorio fue asesinada por su novio en las instalaciones de la UNAM. Las autoridades revelaron elementos de la vida de la víctima que pretendían atenuar la gravedad de su asesinato, que quiso hacerse pasar por suicidio. La movilización de las estudiantes fue inmediata, duró meses, y el novio feminicida acabó encarcelado. La madre de Lesvy, Araceli Osorio, se convirtió en una de las grandes activistas del periodo. En ese contexto apareció uno de los hashtags más escalofriantes: #SiMeMatan, donde muchas jóvenes publicaron la frase con la que se las culpabilizaría de su muerte4. Unos meses después, una de las chicas que había escrito en #SiMeMatan, Mara Fernanda Castilla, de 19 años, fue violada y asesinada por el conductor del taxi Cabify que la llevaba a su casa tras salir a bailar.
Mientras esto ocurría en los ámbitos urbanos, los pueblos y comunidades originarias del país sufrían su propio tsunami, con las reivindicaciones de las mujeres de las organizaciones mixtas (Ragazzini, 2025) y con la aparición de una hornada de comunicadoras capaces de construir nuevas visiones sobre sus culturas, sus madres y sus abuelas, desde la autorepresentación (Morales-Vizuet, 2022). Las estudiantes e intelectuales de los pueblos indígenas luchaban para acabar con la visión colonial y racista de México y de los feminismos blancos.
En el ámbito urbano, ya en 2019, en enero, ocurrieron varios secuestros de mujeres en las inmediaciones del metro de la Ciudad de México. El método utilizado por los plagiarios se conoció como #CálmateMiAmor, es decir, simulaban ser la pareja de la mujer para evitar la intervención de la gente cuando ella gritaba. Una diseñadora gráfica, Zoé Láscari, hizo un mapa interactivo con el fin de “ubicar zonas de riesgo para prevenir a las mujeres que conocíamos, generar grupos de acompañamiento y de autodefensa” (en Herrera, 2019). En lugar de paralizarse por el miedo, las jóvenes se organizaron por colectivas y grupos de afinidad. Las amigas se conectaron mediante aplicaciones digitales. Las estrategias que se difundieron en las redes cambiaban el modo de enfrentar la amenaza: en lugar de quedarse en casa, había que organizarse y cuidarse entre amigas, alertarse, convenir señas para intervenir, crear consciencia pública de la responsabilidad de defenderse mutuamente.
Ese 2019, durante la movilización del 8 de marzo, las mujeres levantaron delante del Palacio de las Bellas Artes, en el centro de la Ciudad de México, un signo de Venus de 3 toneladas y varios metros de altura. Las activistas taladraron la acera con maquinaria pesada, colaron hormigón y colocaron con poleas el mamotreto violeta, mientras caía la noche y la multitud aplaudía, quienes no estaban ahí lo seguían por streaming. La página de Facebook de la recién bautizada Antimonumenta #VivasNosQueremos tuvo al poco tiempo 45 mil seguidores.
IV.1. Tomar las redes: #MeToo
Ese mismo mes de marzo de 2019, una periodista publicó en su cuenta de Twitter que el escritor Herson Barona golpeó, manipuló, embarazó y amenazó a diez mujeres. Al día siguiente apareció la cuenta @MeTooEscritores: “Si te da miedo denunciar, manda un mensaje y publicamos el nombre del agresor #MeTooEscritoresMexicanos #NoEstásSola #SeVaACaer”. En menos de 48 horas, 134 escritores fueron acusados, ocho de ellos por más de cinco mujeres.
Los hashtags #MeToo, #YoLesCreoAEllas, #NoEstasSola, #AmigaYoTeCreo acompañaron el tsunami de testimonios contra presuntos agresores que se diversificó por gremios y localidades. ¿Qué llevó a tantas mujeres a considerar que había una posibilidad de hablar de algo tan doloroso y oculto? La existencia de un colectivo de acogida que les daba de entrada el reconocimiento, es decir, la amistad política entre mujeres expresada en el #YoTeCreo. Y la fuerza contagiosa de contar para entender la violencia sexual como un problema sistémico, no individual. El 1 de abril, Armando Vega Gil, bajista de la mítica banda de rock Botellita de Jerez, se suicidó tras ser acusado. Los medios arremetieron contra las activistas y sus “modos inaceptables”. El #MeToo decayó, pero se había abierto ya la caja de Pandora. Y la acción directa en redes pasó a los espacios físicos.
IV.2. Tomar las calles
Después del #MeToo, los “tendederos” de denuncias proliferaron en los centros educativos, se colgaron papeles con nombres de profesores y algunos estudiantes, se difundieron videos con escenas de machismo y misoginia flagrantes en las aulas. En esos meses, la elaboración de protocolos contra la violencia de género se volvió prioritaria en muchas instituciones, empresas, organizaciones sociales y universidades. Eso no evitó que entre 2019 y 2023 las estudiantes ocuparan recurrentemente escuelas, facultades y universidades completas, paralizando toda actividad.
En 27 de abril de 2019, cuando una estudiante de la UNAM, #Aideé, fue asesinada, la rabia y la impotencia sacudía ya todos los espacios exigiendo respuestas de las autoridades frente a una cifra de 10 feminicidios diarios en el país.
Luego ocurrieron varias violaciones en la Ciudad de México por parte de policías. La ineficacia para perseguir estos crímenes y la filtración del expediente de una menor llevaron a que, el 12 de agosto, una multitud de mujeres se concentrara ante la Secretaría de Seguridad de la capital con los hashtags #NoMeCuidanMeViolan y #AMíMeCuidanMisAmigas. De nuevo, el miedo que podían suscitar estas violaciones no encerró en casa a las jóvenes, sino que las sacó a la calle. La descripción de quienes iban llegando la hace de forma magistral Rocío Heredia Hernández:
Cabellos teñidos, pañuelos verdes atados en las muñecas o al cuello, mascadas y playeras cumpliendo la función de capuchas, paliacates también cubriendo rostros, gafas, mochilas llenas, sudaderas en su mayoría negras, jeans, shorts o faldas en color negro combinadas con mallas de red, pantimedias o calcetas largas, cadenas, estoperoles, botas o tenis eran algunos elementos que integraron el outfit de las manifestantes. Su arsenal incluía cámaras, bates de béisbol, bastones retractiles, teasers, latas de aerosol, esténciles, pancartas, carteles y engrudo que les sirvieron para hacer intervenciones en todos los muros a su alrededor, acompañadas de consignas amplificadas por bocinas, altavoces y tambores. (2023, p.102)
Las manifestantes grafitearon las paredes, rompieron los cristales de la Procuraduría General de Justicia. Una joven arrojó brillantina (también llamada glitter) al rostro del jefe de la policía capitalina. Los medios de comunicación hablaron de agresión a la autoridad, pero poco de los motivos de la protesta: las violaciones. La indignación feminista subió de tono y se llamó a una nueva marcha. La #BrillantadaNacional se extendió a 30 ciudades del país el 16 de agosto. En la capital, las mujeres tomaron la glorieta de Insurgentes con bengalas de humo rosa y purpurina, diciendo que las autoridades #BrillanPorSuAusencia, quemaron un metrobús, atacaron con palos, piedras y tubos una estación de policía antes de prenderle fuego, rompieron escaparates y llenaron de consignas los monumentos de la Avenida Reforma.
En las redes se libraba una condena contra quienes atentaban contra el mobiliario urbano y grafiteaban ACAB (All Cops Are Bastards). Las autoridades capitalinas y el Presidente optaron por un discurso de criminalización de unas cuantas “infiltradas” que no representaban “la legítima lucha de las mujeres”. Fue entonces cuando el hashtag #FuimosTodas se hizo tendencia. De nuevo, la fuerza agregativa de la amistad política entre mujeres unía a las que estaban en la calle y las que no.
En el Paseo de la Reforma de la Ciudad de México se erige la majestuosa Columna a la Independencia con una Victoria alada que sostiene una corona de laurel. Esta glorieta se inauguró en ١٩١٠ para conmemorar el Centenario de la Independencia y se convirtió en mausoleo de sus héroes. Las mujeres pintarrajearon con spray de colores el pedestal escalonado donde aparecen las inscipciones alegóricas de la historia del país. Los periódicos publicaron el costo público que supondría la restauración. Apareció entonces de forma autoconvocada una nueva voz colectiva, las Restauradoras con Glitter, un grupo de Facebook integrado por unas ٧٠٠ profesionales del arte y la restauración, entre arqueólogas, arquitectas, restauradoras, fotógrafas y artistas, que salieron a defender el valor cultural de los graftitis de las manifestantes. Documentaron ٥٦٤ pintadas que cubrieron la base del monumento y defendieron su valor como historia viva que indica la urgencia de restaurar el tejido social. Ante los procesos de criminalización contra las activistas, también apareció otra voz colectiva que ofreció apoyo legal a las mujeres: las Abogadas con Glitter. El hashtag #PrimeroLasMujeresLuegoLasParedes se posicionó con fuerza. “Qué ganas de ser pared para que te indignes si me tocan sin permiso”, decían algunas. “Calladita No me veo”, señalaba un stencil en la piedra.
La gráfica y las colectivas de intervención artística callejera florecieron entonces, como las Invasorix o las Past up Morras. Estas últimas dieron talleres y extendieron las herramientas de la intervención urbana en todos los rincones de la ciudad. Nacidas a fines de 2018, @pasteupmorras se define en Facebook como “una colectiva antipatriarcal periférica radicada en Ciudad y Estado de México, integrada por morras [chicas] artistas que pegamos gráfica con engrudo y pintamos muros subersivos.” No es fácil para ellas ganar el espacio. No sólo se enfrentan a quienes odian el grafiti y el engrudo de los carteles en sus paredes, sino también a sus pares hombres: “Nos cuestionan los vatos [chicos] del street art.” En esos meses se multiplicaron las colectivas feministas y proliferaron las convocatorias a talleres, actividades, jornadas, bailes, bordados colectivos y eventos de todo tipo.
Tras estas movilizaciones, las activistas entraron en la espiral de la “doble indignación”: ya no sólo protestan contra la violencia sexual y el horror feminicida, entre los cuales habían logrado establecer una continuidad sin fisuras, sino contra las autoridades, contra las declaraciones de la jefa de gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheimbaum, y contra los dichos del Presidente. De acuerdo con Daniela Cerva, esta segunda indignación creció debido a la “falta de atención a los casos, la revictimización y la forma en que opera el diálogo con quien tiene la atribución de darle atención al problema” (2020, pp. 182-183).
Dice Oliver Marchart (2024, p. 56-57) que “estar agitado hasta implicarse en el activismo depende de ser tocado por la experiencia del antagonismo”. Para el autor, es esta la causa ontológica de la agitación, sin la cual una práctica artística no se convierte en una posición política. En el caso que nos compete, cabe decir que la frontera antagonista nunca apareció como ordenación del campo de batalla, sino como implosión continua y alianzas perversas. Por un lado, la izquierda simpatizante del gobierno rechazó lo que hacían “las mujeres”. Por otro, el viejo establishment y la derecha partidaria se pusieron del lado de la ira de las mujeres para denostar al Presidente. La izquierda radical y extraparlamentaria aprovechó también para atacar al gobierno de López Obrador. En su seno, el mismo feminismo se dividía entre las que decían que no querían altercados callejeros y las más jóvenes que se radicalizaban. En el activismo, aparecieron las RadFem y la transfobia. En las redes sociales, estos ejes de conflicto en varios bandos se pudieron visualizar en Twitter (Rovira-Sancho y Morales-i-Gras, 2023), rompiendo cualquier esperanza de concebir una frontera antagonista clara. Y al complejo escenario se sumaban las hordas del “antifeminismo online” (Bonet, 2022), prestas a acallar a cualquier mujer. La caja de Pandora del feminismo había soltado todos los vientos y rompía los fundamentos de “la civilidad”, incluso de esa civilidad que marca que la política es una contienda entre dos bandos claros.
Si algo sumó fuerza a la amistad política que tejían las multitudes conectadas de mujeres (que no son ni todas las mujeres ni las mujeres como categoría identitaria) fue su unión con el movimiento de familiares de víctimas de feminicidio, parte del fenómeno de acción colectiva organizada más potente del México contemporáneo.
Desde 2011, cada 10 de mayo, decenas de organizaciones de familiares de desaparecidos que se reparten por toda la geografía del país, convocan a una Marcha por la Dignidad desde el Monumento a la Madre hasta el Angel de la Independencia de la capital con los hashtags #HastaEncontrarles y #MadresEnBúsqueda. Cada madre carga con un cartel con la fotografía de su ser querido y también con el de alguna que no pueda acudir. Y hacen de su dolor compartido una fuerza política movida por el amor, gritando en la calle: “¿Por qué los buscamos? Porque los amamos”.
El enroque entre las multitudes conectadas de mujeres y el movimiento de familiares de víctimas se produjo en 2019 con la #MarchaDelSilencio, convocada el domingo 8 de septiembre. Las madres, tías, hermanas, amigas, marcharon a la vanguardia con las fotos de los rostros y los nombres de sus familiares. Antes del evento pidieron: “En esta ocasión, las familias hacemos un llamado a no realizar pintas y a evitar cualquier confrontación o conflicto por seguridad de todas (…) Únicamente llevar mantas con los rostros de nuestras compañeras. No banderas.” Después de esta movilización silenciosa, la acción directa volvió a las calles. El 19 de septiembre, conmemoración de los dos grandes sismos que sacudieron la Ciudad de México en 1985 y en 2017, bajo el hashtag #TerremotoFeminista y con una batucada enorme, las mujeres avanzaron: “Hacer temblar la tierra hasta que se haga justicia, hacer cimbrar este país para mostrar que nada nos va a detener… si tenemos que sacudir todas las estructuras para que el machismo acabe, lo vamos a hacer.”
El Día de Acción Global por la Despenalización del Aborto, 28 de septiembre, una marea de pañuelos verdes sacudió las principales ciudades del país. Y el 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia Contra la Mujer, grupos de mujeres vestidas de negro y encapuchadas volvieron a grafitear paredes y monumentos. En el Hemiciclo de mármol a Benito Juárez, bajo el relieve del águila mexicana (cuyas alas quedaron teñidas de verde y violeta), las mujeres escribieron con aerosol negro: “Mujer Ármate”, con “A” en un círculo. Ese mismo día, Abril Cecilia Pérez Sagaón fue asesinada por pistoleros pagados por su esposo, el mismo que la dejó en coma un año antes al golpearla con un bate de beisbol. El sujeto había pasado unos meses en prisión, pero cuando salió en libertad, presuntamente pagó 100 mil pesos a los pistoleros que mataron a Abril.
El año 2020 no iba a ser mejor. A Fátima Cecilia Aldrighett Antón, de 7 años de edad, la recogió de su escuela una mujer que no era su madre el 11 de febrero. Cuatro días después apareció su cadáver violado y torturado en una bolsa de plástico en un terreno baldío de la Ciudad de México. Una “cadena de negligencias” de las autoridades impidió que se actuara a tiempo para salvarla (BBC News, 17/2/2020).
Poco antes, el 9 de febrero, Ingrid Escamilla, de 25 años, fue asesinada por su pareja de 47. La filtración del expediente hizo que se difundieran en los medios las fotos del necro espactaculo feminicida. Como explican Vieira y Salas (2020): “Se expuso la tortura del cuerpo de Ingrid bajo imágenes en donde se seleccionó como encuadre principal su cuerpo desollado, la elección de estas fotografías para representar el feminicidio no es casual, es una especie de gancho para la venta de los tirajes”.
La indignación sacudió feministlán (así bautizaron las propias mujeres a las redes feministas) y desde una cuenta de Twitter en las primeras horas de la madrugada del 12 de febrero surgió la siguiente propuesta:
Amigas, una vez vi un caso de un feminicidio a una chica de EEUU en el que filtraron las imágenes de su cuerpo y sus familiares y amigos compartían fotos de cosas bonitas para que cuando buscaran su nombre no aparecieran las desafortunadas fotos. Así que aquí les va un spam.
Miles de imágenes de paisajes, obras de arte y flores, etiquetadas con #IngridEscamilla hackearon el algoritmo para detener la difusión de las fotos escabrosas y relacionar el nombre de Ingrid con algo más digno que su tortura final (Signa_Lab, 2020). De nuevo, la amistad política reivindicaba la dignidad de la joven asesinada. Y se tomaba la calle. Ese 14 de febrero de 2020, San Valentín, a temprana hora, las mujeres lanzaron pintura roja contra la puerta principal de Palacio Nacional, donde daba su conferencia el Presidente. En la tarde, una marcha partió del Palacio de Bellas Artes, que ya estaba blindado con vallas y policías, hasta el diario La Prensa, donde quemaron un vehículo y rompieron vidrios. También el diario Reforma y su filial Metro recibieron la visita de las feministas. Para esa misma jornada se convocaron protestas en Ecatepec, Nezahualcóyotl, Tampico, Tijuana, Ciudad Juárez, Guadalajara, Aguascalientes, Monterrey, Toluca, Puebla, Querétaro, Veracruz y Torreón, entre otros (Infobae, 2019).
Al día siguiente, un grupo de las madres y familiares de víctimas rindieron homenaje a Ingrid Escamilla frente al edificio donde fue asesinada. Una de ellas, Yesenia Zamudio,5 hizo un discurso que se transmitió y viralizó, llegando al millón de reproducciones en tres días (en Rodríguez, 2020):
No soy una colectiva, ni necesito un tambor, ni necesito un pinche partido político que me represente. Yo me represento sola y sin micrófono. Yo soy una madre que me mataron a mi hija, soy una madre empoderada y feminista. Si estoy que me carga la chingada tengo todo el derecho a quemar y a romper. No le voy a pedir permiso a nadie porque yo estoy rompiendo por mi hija.
La que quiera romper que rompa, la que quiera quemar que queme y la que no, que no nos estorbe. Porque antes de que asesinaran a mi hija han asesinado a muchas. ¿Y cómo estábamos todas? Bien a gusto en nuestra casa, llorando y bordando. Ya no, señores, se les acabó. Ya rompimos el silencio y no les vamos a permitir que hagan un maldito circo ya de nuestro dolor (Zamudio, 2019).
Las palabras de Zamudio rompían con la idea de la madre doblegada. Las calles y las redes estallaban. La fibra más interna de la agitación había encontrado su modo de decirse, y era el llamado a “destruirlo todo”, a hablar sin tapujos, a olvidar las “buenas maneras”, a quemar, denunciar, gritar, romper.
En las redes, los hashtags seguían fluyendo, mostrando de nuevo que quienes se movilizaban en las calles eran las vivas que en cualquier momento podían sumarse a las muertas, tejiendo esa comunidad paradógica tanto online como offline. Ese 18 de febrero de 2020, se hizo tendencia el hasthag #MisSeñasParticulares, con explicaciones como esta:
“#MisSeñasParticulares por si tienen que buscarme: 1.57 Ojos cafés Pelo corto, lacio y pintado. Tatuaje de 1corazón con 2 manos en el muslo de la pierna derecha. Un lunar tantito arriba del ombligo y un lunar debajo de mi ojo derecho. Uso brackets #11asesinadasaldía #Niunamás”.
Era el eco de una campaña de 2018, cuando se supo que en el registro oficial de más de 9 mil casos de mujeres desaparecidas en México desde 1968, no se especifica ninguna seña particular para auxiliar en su búsqueda en el 61% de los expedientes. Muchas de las auto descripciones de las mujeres iban acompañadas con un collage de letras estilo dadaísta con el poema de la peruana Cristina Torres Cáceres, convertido en meme: “Si mañana soy yo, Si mañana no vuelvo... Destruyelo todo. Si mañana me toca a mí, quiero ser la última.” El poema se había hecho viral en 2018, como parte de las repercusiones en América Latina de la campaña española del #Cuentalo. El símbolo de arder, de quemarlo todo, se reactualizaba y había llegado para quedarse.
La Asamblea Juntas y Organizadas se reunió repetidas veces para coordinar las distintas asambleas y colectivas de la Ciudad de México ante la marcha del 8 de marzo de 2020. Los debates giraron alrededor de la necesidad de “acuerpar” a los contingentes del bloque negro dispuestos a romper y grafitear, aunque la mayoría quería un evento pacífico. Ese día, las mujeres marchaban masivamente como nunca antes. Las madres y familiares de víctimas fueron a la vanguardia. Frente a la Antimonumenta, se había dispuesto un micrófono abierto a la intervención donde las mujeres contaban sus casos de violencias sufridas. “Por nuestras hijas, ni una más, ni una más, ni una asesinada más”, gritaban. La plaza mayor del país estaba tapizada con los nombres de las asesinadas escritos en el suelo. “Si un día no aparezco que no prendan velas, que prendan barricadas”, decía un cartel.
Al día siguiente, 9 de marzo, un llamado en Twitter a “Huelga de mujeres” fue secundado incluso por grupos conservadores, empresarios de derecha y grupos antiabortistas, dejando vacías de mujeres las calles y espacios de trabajo y estudio. La sensación que se tuvo ese día en la universidad sin nosotras fue escalofriante, de nuevo prefigurando un futuro que no debe seguir ocurriendo.
El vínculo entre feministas y el movimiento de familiares de víctimas se consolidó en plena pandemia, cuando las jóvenes del Bloque Negro y las madres del colectivo #NiUnaMenos ocuparon la sede de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, en el centro de la Ciudad de México, el 2 de septiembre de 2020. Le pusieron el nombre de “Ocupa Casa Refugio Ni Una Menos México” que luego fue rebautizado como Okupa Cuba Monumenta Viva. Grupos de mujeres replicaron la iniciativa, con tomas simbólicas de las comisiones estatales de derechos humanos de Morelia, en Veracruz, Villahermosa, Tampico, Puebla, San Cristóbal de las Casas, Tuxtepec, Monterrey y Acapulco.
Josué Pérez (2020) hizo una cuidadosa etnografía a una semana de la toma. Unas 50 mujeres estaban ahí instaladas, 30 de ellas iban encapuchadas y vestidas de negro. Frente a la casa, explica Pérez, habían un escenario “cubierto por pancartas de las asociaciones de familiares de mujeres asesinadas y desaparecidas, y colgando de las mesas unas playeras negras con una imagen estampada donde se representaba una hoguera rodeada de piernas de mujeres y la frase: “Y la que quiera quemar que queme”.
Los cuadros imponentes que habían adornado las paredes de esta institución con los héroes de la patria, Madero, Hidalgo, Morelos y Juárez, habían sido “intervenidos”, decorados a modo punk y grafitados. Lucían del revés en la calle y se subastaban. Varias generaciones convivían en el espacio más interseccional que se haya visto, donde mujeres del campo y de la ciudad de todas las edades, indígenas y mestizas, burguesas y pobres, tradicionales y punks, convivían con niñes y adolescentes. La celebración del Grito de la Independencia se hizo como “Anti-Grita” (se feminizó también esta palabra), una fiesta irreverente que congregó a decenas de jóvenes a pesar del confinamiento pandémico.
Con los meses, una brecha creciente se abrió entre las jóvenes del Bloque Negro y la organización de víctimas que encabezaba Yesenia Zamudio, quien negoció con las autoridades manter la casa como refugio de víctimas y no de activistas. Pero perdió la batalla. Erika Martínez, la madre de una niña violentada, se puso desde el inicio del lado del Bloque Negro y Yesenia fe expulsada tras transmitir por Facebook Life su enojo mientras paseaba por el interior de la okupa, criticando cómo las anarquistas se habían apropiado del espacio. Otra vez, la dimensión onlife de lo que ocurría conmovía a todas.
En la Ciudad de México, la Fiscalía actuó contra 13 activistas, que fueron llamadas a declarar justo un día antes de la marcha del 25 de noviembre. Los cargos se levantaron a partir de información publicada en Facebook por una tal “Ana Pérez”, donde se daban nombres, perfiles de redes sociales e incluso las direcciones. El hashtag #FuimosTodas entró en juego contra la represión, y también lo hizo en Puebla y en Querétaro, tras la represión de la marcha del 8 de marzo del 2021. En Guadalajara en julio de 2021 se detuvo a 10 mujeres. #FuimosTodas colectivizó la acción de unas cuantas y cuestionó el proceder del aparato de justicia, que individualizaba los cargos.
El 8 de marzo de 2021, las mujeres tiraron las mamparas de acero que protegían el monumento de la Trilogía de los héroes de la Independencia en Ecatepec, Estado de México. Además de rociar las estatuas con brillantina, pintarorn el pedestal y lo llenaron de pancartas, antes de entonar juntas la canción “Sin Miedo”. Las manifestantes encapuchadas rompieron la puerta del Palacio Municipal y sus paredes de vidrio. En la capital, ese 8 de marzo del 2021, #FuimosTodas aparece mostrando el escrache realizado ante la casa del agresor sexual Andres Roemer, protegida con vallas metálicas. Este diplomático y profesor fue denunciado en un nuevo #MeToo por más de 60 mujeres. De nuevo, la protesta osciló de las redes a las calles.
La palabra utopía viene del griego y significa un ‘no lugar’. Su fuerza de interpelación está en el futuro imaginario, más alla del cotidiano acontecer, en una potencia de seducción libre de toda interferencia. Sin embargo, las heterotopías son mundanas. Aparecen como “lugares otros” en medio de la práctica y abren el tiempo y el espacio a la experiencia, sin necesaria permanencia. Según Foucault (1966), las heterotopías ocurren cuando un espacio pierde su función original para dar lugar a otro que es habitado de forma diferente.
Así ocurrió con la Glorieta de las Mujeres que Luchan en la Ciudad de México, erigida donde antes estaba el monumento a Cristóbal Colón. El 25 de septiembre de 2021 tuvo lugar el “momento de transubstanciación”, como dice Oliver Marchart: “el momento en que una cosa mundana como la plaza pública se muestra bajo una luz del todo diferente, como una esfera de asamblea, debate y lucha política” (2024, p. 57).
La estatua de Colón acababa de ser retirada por el gobierno de la ciudad. Fue entonces cuando las activistas se treparon al pedestal y entre cinco subieron un bulto envuelto en plástico negro que desenvolvieron y plantaron arriba: la silueta de madera de una mujer con el puño en alto. En las vallas protectoras del lugar sometido a restauración escribieron los nombres de las víctimas de feminicidio. Un archivo colaborativo y vivo que congregó a muchas a su alrededor. Al día siguiente las vallas aparecieron pintadas de blanco. Las familias y las activistas no se arredraron y volvieron a escribir en ellas.
Las actividades en la glorieta prosiguieron. El 25 de noviembre de 2021, las mujeres acudieron ahí para firmar su “certificado de supervivencia”, donde “dan fe” de que siguen vivas a pesar del Estado feminicida. Ese mismo día, se convocó a un tendedero doble: #YoNoDenuncioPorque y #YoDenuncioPorque. Los papeles con los testimonios que se colgaron en él desaparecieron al día siguiente, y a la vez varios policías intentaron retirar las vallas con los nombres de las mujeres asesinadas.
El 7 de diciembre de 2021, el “Movimiento amplio de mujeres que luchan” dio a conocer un comunicado: “Cuando alguien que amas se convierte en memoria, la memoria es un tesoro”. Y agrega:
La acción de colocar sobre ese pedestal, (que ustedes quieren destruir), la figura de una mujer con el puño en alto, en el sitio que durante años ocupó un hombre europeo, genocida y colonizador, representa una mirada distinta que nos invita a analizar con otros ojos, los de las mujeres que luchan, este momento de la historia que ustedes aún no alcanzan o no les interesa comprender...
Las activistas defendieron estos espacios heterotópicos:
“Los Antimonumentos se construyen para mantener vigente un grito de justicia que los gobiernos y sociedad van dejando en el olvido...”
El 25 de noviembre de 2021, una pancarta encabeza la movilización con un solo lema: México feminicida. En la avenida de la Reforma, una horda de chicas de negro, como nubes de mosquitos, se ensañan contra las señales de tráfico. Enarbolan palos, martillos y esprays, los ojos tapados con gafas de bucear, las cabezas cubiertas con pasamontañas o camisetas, las mochilas a la espalda. Dos líneas de policía femenina, del cuerpo de las “Ateneas”, avanzan junto a la marcha. Entre cámaras, humo y algunas piedras contra la policía, aparece un cartel reivindicando la Ley Olimpia (contra la difusión de fotos sexuales online) que una chica levanta con sus dos brazos, otra lleva un cartón donde se lee “Las niñas no se matan”. La bandera de México ondea alterada por el color violeta en su franja roja. Unas jóvenes marchan con estandartes verdes (pro aborto) y una cruz rosa pegada en la cabeza. “Nos queremos vivas, libres y combativas”, reza la manta que cargan de un lado a otro de la calle. “Los 11 feminicidios diarios son crímenes de estado”, se lee en otro lienzo. Suena el rap de Rebeca Lane “Siempre viva como mala hierba, lalala. Siempre viva, como mala hierba…” y las jóvenes bailan.
A su paso por Eje Central, el contingente de víctimas y familiares del Estado de México entona la canción “Sin miedo”, de Vivir Quintana, que se ha convertido en un himno global. Araceli Osorio, madre de la estudiante asesinada Lesvy Berlin, grita en un micrófono: “Porque en este país no desaparecemos, en este país nos secuestran. Y el estado es cómplice!”
En el zócalo, los testimonios de familiares de víctimas de feminicidio se suceden. Las jóvenes de los bloques negros intentan llegar a la catedral. Gritan: “No me cuida la policía, me cuidan mis amigas”. Arremeten contra las vallas metálicas que protegen el Palacio Nacional, logran retirarlas, entrar y enfrentar la primera línea de mujeres policías. A algunas les roban sus escudos, las rocían con pintura rosa. Al fin, bailan alrededor de una pequeña hoguera donde queman un escudo de policía y una bandera de México.
A lo largo de este estudio se han ido desgranando algunos momentos de la acción de las multitudes conectadas feministas en la Ciudad de México, cuyo poder de agregación se ha definido como amistad política entre mujeres, capaz de construir una comunidad entre las vivas de hoy y las muertas. La certeza de un destino fatal inminente, empuja a “las mujeres” a exigir querer vivir y por tanto detener el estado de las cosas. La acción directa “onlife” cobra un triple significado: en línea, en vivo y por la vida, y desvincula a las mujeres de cualquier identidad fija, haciendo aparecer la política misma en su potencia asociativa. Las fronteras antagonistas se desarreglan y no logran cumplir con los preceptos de las teorías posfundacionales disociativas. Aquí la potencia expansiva de esta identidad imposible de “las mujeres” recuerda los preceptos de Hannah Arendt cuando dice que el poder surge donde los hombres (aquí las mujeres y cuerpos feminizados) se juntan. El “terremoto feminista” provoca muchos bandos en sucesiva implosión, con una disrupción en el orden simbólico del Estado, de las organizaciones sociales y de las mismas luchas. Cabe añadir que todo esto ocurre no sólo en la capital, sino en todas las ciudades y confines del país, en protestas que resuenan y se enlazan en distintas geografías a nivel transnacional. El caso mexicano permite entrever la complejidad indomable y destructiva de la impugnación feminista al poder y a la totalidad.
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Guiomar Rovira Sancho es profesora agregada del Área de Ciencia Política de la Universitat de Girona.
Líneas de investigación: Acción colectiva y comunicación, movimientos sociales y redes digitales. Hackfeminismos en América Latina.
Publicaciones recientes:
(2024) #MeToo. La ola de las multitudes conectadas feministas. Barcelona: Bellaterra. México: Bajo Tierra.
(2024). “Digital feminist activism in Latin America: Connected crowds and hackfeminism”, en The Routledge Handbook of Political Communication in Ibero-America. Routledge.
Email: guiomar.rovira@udg.edu
1 Como señala Sabinne Pfleguer, “En esta visión machista-tradicionalista la mujer debe ser el género débil, de carácter sumiso y, sobre todo, públicamente invisible y callada. Sobre este fondo de la construcción heteroidentitaria patriarcal enculturada emergen en “fuertes, libres y rebeldes” mujeres que no siguen los mandatos de un deber-ser impuesto por ese otro” (2021, p. 334).
2 Como señala Silvia L. Gil: “Debemos reconocer el protagonismo cada vez mayor, de las mujeres y de otros sujetos no normativos como protagonismos modulados estratégicamente en distintas situaciones y procesos” (2022, p. 58).
3 Susana Chávez Castillo, poeta y activista contra el feminicidio, fue asesinada en el año 2011. Escribió “Ni una más” en 1995, y fue un símbolo en la lucha contra los feminicidios en Juárez, Chihuahua, México.
4 En este video de AJ+, Caracol López lee algunos de los tuits que se escribieron bajo el hashtag #SiMeMatan https://www.facebook.com/watch/live/?ref=watch_permalink&v=1500713869980957
5 Su hija, María de Jesús Jaimes Zamudio, tenía 19 años y estudiaba en el Instituto Politécnico Nacional cuando fue arrojada de un quinto piso por un profesor y unos compañeros de clase.
© Contrastes. Revista Internacional de Filosofía, vol. XXX Nº3 (2025), pp. 33-51. ISSN: 1136-4076
Departamento de Filosofía, Universidad de Málaga, Facultad de Filosofía y Letras
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