TRAS
LAS HUELLAS DOCUMENTALES DE UNA ESCULTURA SINGULAR MAL ENTENDIDA
EL CRISTO DE LA HUMILDAD Y PACIENCIA (JAUJA, LUCENA)
FOLLOWING THE DOCUMENTARY TRACES OF A SINGULAR AND
MUSUNDERSTOOD SCULPTURE
THE CRISTO DE LA HUMILDAD Y PACIENCIA (JAUJA, LUCENA)
Jesús
M.ª Serrano Tenor
I.E.S. “Vadus Latus” (Badolatosa, Sevilla) – Consejería de Educación de la Junta
de Andalucía
Recibido: 24 de octubre de 2024 /
Aceptado: 1 de octubre de 2025
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Resumen:
La imagen del Cristo
de la Humildad y Paciencia, hallada en la aldea de Jauja (Lucena, Córdoba),
es una escultura ligera poseedora de una historia material marcada por el
olvido. Una pieza cuyo interés principal recae en la técnica escultórica en la
que está realizada y que la convierte de por sí en singular al no quedar
anclada a los cánones procedimentales usuales de la imaginería española del
Barroco. Esta particularidad la convierte en un notable ejemplar que, además,
pudiera tener relación con los talleres novohispanos erigidos en Mesoamérica en
los que se implementaron procesos de elaboración de obras sacras usando como
material principal la caña del maíz. No en vano fueron numerosas las piezas de
procedencia indígena enviadas a la península Ibérica desde los albores del
siglo XVI y en adelante resultando, también, un claro ejemplo del triunfo de la
evangelización llevada a cabo por las órdenes mendicantes; en especial, la
conversión de la orden franciscana en promotora básica de muchas de ellas. Desde
su documentación en el Ochocientos, la obra recibió culto en Cabra
(Córdoba), donde gozaba de la veneración de los fieles; pero el tiempo, el
deterioro material y los cambios estéticos –sujetos a las modas imperantes en
la religiosidad local–, llevaron a que acabase ocupando un lugar secundario,
abandonando el recinto sagrado para arrinconarse en un antiguo molino
cortijero. En la década de 1960 es rescatada, reponiéndose al culto en la
iglesia de la citada pedanía lucentina. Una serie de indagaciones nos han
permito conocer de primera mano las particularidades de la obra, relacionable a
su vez, estéticamente, con otras similares existentes en un radio de acción
geográfico cercano y fechadas todas en el siglo XVII.
Palabras
clave: escultura ligera,
materiales, diagnósticos, conservación, restauración.
Abstract: The
image of the Cristo de la Humildad y Paciencia, found in the village of Jauja (Lucena, Córdoba), is a light sculpture with a
material history marked by oblivion. It is a piece whose main interest lies in
the sculptural technique in which it is made and which makes it unique in itself as it is not anchored to the usual procedural
canons of Spanish Baroque imagery. This peculiarity in itself
makes it a notable example which, moreover, could be related to the
Novo-Hispanic workshops erected in Mesoamerica in which processes were
implemented for the production of sacred works using
maize cane as the main material. It is not in vain that numerous pieces of
indigenous origin were sent to the Iberian Peninsula from the dawn of the 16th
century onwards, also resulting in a clear example of the triumph of the evangelisation carried out by the mendicant orders; in
particular, the conversion of the Franciscan order into the basic promoter of
many of them. Since its documentation in the 18th century, the work was
worshipped in Cabra (Córdoba), where it enjoyed the
veneration of the faithful; but time, material deterioration and aesthetic
changes -subject to the prevailing fashions in local religiosity- meant that it
ended up occupying a secondary place, leaving the sacred precinct to be
cornered in an old farm mill. In the 1960s it was rescued and restored for
worship in the church of the aforementioned hamlet of
Lucena. A series of investigations have allowed us to gain first-hand knowledge
of the particularities of the work, which can be related aesthetically to other
similar works in a nearby geographical area, all dating from the 18th century.
Keywords: Light Sculpture, Materials, Diagnostics, Conservation, Restauration.
Cómo citar este
artículo:
Serrano
Tenor, J. M. (2025). Tras las huellas documentales
de una escultura singular mal entendida. El Cristo de la Humildad y Paciencia
(Jauja, Lucena). Revista Eviterna, (17), 136-150
/ https://doi.org/10.24310/re.17.2025.20753
1. Introducción
La imaginería ligera es un campo que aún permanece abierto
para la historiografía contemporánea. A pesar de los avances llevados a cabo en
las últimas décadas, existe un amplio margen para continuar reflexionando,
concretando e indagando tanto en cuestiones técnico-estéticas como, también, en
procedimientos encaminados a la mejora de procesos restauradores, conservadores
y preservativos.
Como es sabido, la conceptualización del
término se aplica para catalogar aquellas obras que han sido realizadas en
materiales livianos como la cartapesta, el papelón, el papel amate, el
cartón-piedra o la caña de maíz, entre otros. El origen de su empleo se
localiza en el Renacimiento italiano –especialmente, en la región de la
Lombardía–, vinculándose al mundo cortesano; en este contexto, el encargo de
esculturas para escenarios festivos suponía el paso previo para la recreación
posterior de modelos sobre estas que, andando el tiempo, se ejecutarían en una
fase definitiva a partir de materiales nobles. Sin embargo, en ocasiones y
debido sobre todo a cuestiones de carácter económico, estos procesos,
entendidos como intermedios, quedaron como finales apreciándose por la
facilidad con la que se componían los montajes. No en vano, la proliferación de
este tipo de ingenios ligados a festejos aristocráticos supondría el inicio de
una serie de proyectos escénicos basados en el empleo indiscriminado de
elementos realizados tanto con elementos provisionales como otros permanentes.
El éxito alcanzado hizo que los procedimientos fuesen ampliamente difundidos
por el ámbito cortesano europeo, irradiando hacia otro tipo de funciones, entre
ellas, por supuesto, las religiosas. La pléyade de conocidos artistas que
hicieron uso de este tipo de recursos matéricos en territorio italiano es
amplísima: desde Ghiberti a los Della Robbia, de Sansovino a la familia Tacca o, incluso, Donatello; de este último, Vasari afirma
(2007 [1550]) que se deleitaba usando en sus proyectos escultóricos elementos
tan variopintos como el cartón-piedra, el cuero prensado, la cera o fibras
vegetales que no advertía sobre la naturaleza menos noble de estos.
Sin embargo, hay que distinguir la
aplicación o aplicación del término en sí de la época en la que comienzan a
emplearse este tipo de materiales ligeros. En este sentido, es obligatorio
retrasar más en el tiempo, hasta el período medieval, para comprobar cómo
alguno de estos entra a formar parte –como complementos– del amplio elenco de
recursos artísticos con que cuentan los talleres dedicados a la escultura. Así,
el empleo de pieles o cabelleras naturales pasan a formar parte de esculturas
religiosas labradas en madera y policromadas al óleo, con la idea de acentuar
su función litúrgica y su impacto devocional (Amador Marrero, 2012, pp. 41-43).
Baste citar al Cristo de Burgos, conocido referente devocional de dicha
ciudad castellana, fechable entre los siglos XII y XIII, cuyo impacto votivo es
de tal alcance que se convierte en imagen vicaria para asociaciones filiales
fundadas bajo tal advocación en suelo español –incluyendo en él localizaciones
sicilianas incluso– a lo largo de la Edad Moderna.
2. Hacia un estado de la
cuestión
La paulatina incorporación de este tipo de
elementos ligeros en obras religiosas ligadas al culto es de tal dimensión que
su utilización vendría a suplir otros más costosos (Araujo Suárez, 2001, pp.
119-147). De igual manera, la configuración de personajes de corte histórico
que participarían en teatralizaciones populares insertas en cortejos
procesionales cobraría a partir de entonces especial carta de presentación (Ardévol, 2015, p. 11).
En las penínsulas Ibérica e Italiana, la
nómina de obras derivadas de desarrollar un proceso de confección ligado a
elementos tan ligeros como el papel es importante, destacando sobre todo en el
terreno de la producción religiosa que satisfacía una ingente demanda por parte
de comitentes de diversa naturaleza; en especial, los miembros de las órdenes
mendicantes, fascinados por la mezcolanza matérica y por el aspecto definitorio
que conferían a la obra en su conjunto una vez acabada (Di Natale, 2010, pp. 11-23).
Así lo ponen de manifiesto las investigaciones más recientes, centradas, en la
mayoría de los casos, en el análisis de ejemplos concretos. Así mismo, la
variedad técnica existente dentro de la propia materialidad con que se
configura exige una puesta al día y un racionamiento adecuado para determinar
cuáles fueron los más empleados, su finalidad, proceso concreto de conservación
y usos cultuales. En el caso de la imagen que centra el presente artículo, su
estudio técnico resulta vital para entender su historia material y cada una de
las secuencias vitales en las que se envuelve porque son, por ende,
definitorias de su presente.
El empleo cuasi seriado de moldes, el bajo
coste de ejecución o el escaso peso convierten a estas piezas en propicias para
ser trasladadas, insertándose cual parte fundamental de los cortejos
procesionales (Mendieta, 1971) para, de esta manera, proyectar sobre las
mentalidades colectivas un tipo concreto de piedad popular –basada en la
participación del pueblo en episodios que rememoran a su vez secuencias
concretas de la vida de Cristo, María de Nazareth o los santos–.
A su vez, las técnicas empleadas se
enriquecieron tras el descubrimiento y conquista de América. La necesidad de
evangelizar el nuevo territorio llevó a las órdenes mendicantes a demandar
imágenes –tanto escultóricas como pictóricas– como herramientas visuales a
través de las cuales desarrollar su labor mediante la persuasión y el choque
emocional que provocaría su presencia. Al respecto, conocieron de primera mano
la particular metodología empleada por artesanos nativos a partir del trabajo
con materiales desconocidos en Europa. El impacto causado por tales
conocimientos condujo a la incorporación de estas manieras al catálogo
habitual, descollando en estas piezas polimatéricas
que representaban los tipos iconográficos más usuales de la iconografía
cristiana.
El efecto difusor causado en las tierras
del sur del continente americano fue inmediato, albergando las localidades y
misiones esculturas que seguían los parámetros comentados. De hecho, la
referida cualidad acerca de lo liviano de su peso permitió a los religiosos la
organización paulatina de procesiones por lugares intrincados. En este sentido,
es necesario indicar la facilidad con la que las poblaciones indígenas se
identificaban con aquellas representaciones novedosas puesto que, tanto el
material como los acabados aplicados sobre este, les resultaban familiares; no
en vano, existe constancia documental sobre el culto a deidades naturales que
igualmente participaban en ritos comunitarios o domésticos donde el
acercamiento físico al simulacro y la devoción popular resultaban elementales
(Lockhart, 1999, pp. 342-347). En este sentido, también existían en
determinadas localizaciones geográficas la costumbre de portar sobre hombros
determinadas representaciones que emulaban a fuerzas sobrenaturales; en especial,
aquellas que se vinculaban con el desarrollo de conflictos, a las que se les
hacía presente en el campo de batalla con tal de que el desenlace fuese
favorable a los intereses de una determinada población: En palabras del
cronista: «a la entrada de la cibad, donde había dos
altares donde ponían a los dioses que traían a la guerra» (Alcalá, 1538).
Los frailes entendieron a su
vez que impacto causado por estas obras, pergeñadas en suelo de conquista bajo
fórmulas aborígenes pero vinculadas a las creencias cristianas, debían
entenderse como resultado sintomático de su labor. Este ejemplo de lo conseguido
motiva a su vez el envío de estas imágenes a tierras peninsulares desde fechas
tempranas, destinadas a conventos e iglesias en las que eran recibidas con
asombro. En este sentido, la demanda de estas imágenes alcanza un nivel tan
notable que, incluso, hoy en día, sigue siendo motivo de debate por parte de la
historiografía especializada, impedida para cuantificar el número aproximado
del que hablamos.
La apuesta por la catequesis
plástica que las imágenes religiosas ofrecían a los fieles fue uno de los
acuerdos esenciales del concilio Trento (1545-1564). Esta constante supuso de
por sí el aldabonazo para la masiva proliferación de obras artísticas, centradas,
sobre todo, en una iconografía nodal: aquella que representa los episodios más
cruentos de la vida de Cristo. Al respeto, la escultura realizada en caña de
maíz se prestaba tanto a la materialización representativa de aquello que se
demandaba como a la verificación de su función móvil, habida cuenta de las
facilidades que ofrecía su transporte, manipulación e incorporación al cortejo
procesional a modo de tableaux vivant.
Aunque la mayoría de las piezas enviadas desde Mesoamérica a la metrópoli
fueron crucificados –convertida su representación en signo indeleble de la Devotio reformada–, las secuencias
pasionistas hoy conservadas son mucho más amplias, descollando por la riqueza
representativa. Al respecto, el caso más llamativo es el del popularmente
conocido como ‘Divino Indiano’: un Nazareno abatido, con la cruz a cuestas, que
llega al puerto de Cádiz para ser trasladado hasta la cercana localidad de
Chiclana de la Frontera envuelto, a su vez, en un aura de misterio.
Cualquier aproximación analítica al terreno
de la escultura ligera en España debe partir de los estudios llevados a cabo
por el profesor Pablo Francisco Amador Marrero. Desde que sus trabajos
predoctorales (1999; 2002) hasta la publicación de su tesis (2012), sin olvidar
lo andando hasta la fecha actual (2019; 2020; 2021; 2022; 2023; 2024), sus
investigaciones han incidido en la especial significación que para la práctica
artística tuvieron las obras elaboradas en cañas de maíz, ahondando en su
materialidad y problemática conservación. En este sentido, ha logrado
establecer un catálogo razonado de bienes muebles configurados a partir del
empleo de este material –así como de las particulares técnicas que le son de
aplicación–, centrándose sobre todo en registrar aquellas piezas que cruzaron
el Atlántico y que, en la actualidad, se conservan en recintos sacros y
colecciones particulares peninsulares e insulares.
A ese registro planteado, tanto el propio
docente citado como otras autorías han ido añadiendo nuevas referencias. El
objetivo principal de nuestro estudio doctoral está centrado en, partiendo de
todas ellas, catalogar otras tantas a partir de su materialidad ligera,
inéditas hasta ahora para este tipo de investigaciones al localizarse en zonas
aisladas o lugares poco accesibles. A esa la línea responde este artículo,
tratando de incorporar, además, ejemplos esparcidos por la región andaluza
basados en la aplicación de elementos polimatéricos
ligeros; imágenes que, por la fragilidad, han sido sometidas a intervenciones
desafortunadas que han desvirtuado su configuración primitiva, adaptándose a
criterios particulares o, en el peor de los casos, siendo relegadas su
funcionalidad principal. El caso del Cristo de la Humildad, de Jauja,
resultaría paradigmático en ese sentido, reflejando su historia material varios
capítulos en los que el abandono, la desidia o la comprensión han cobrado
absoluto protagonismo sobre el bien patrimonial.
3.
Resultados de la investigación. Hacia un estudio documental del Cristo de la
Humildad y Paciencia, de Jauja
En una hornacina de traza simple, dispuesta en la nave del
Evangelio de la iglesia de san José, estante en la pedanía lucentina de Jauja,
Córdoba, recibe culto en la actualidad una imagen conocida como Cristo de la
Humildad y Paciencia. El protagonista, sedente, se muestra en actitud
resignada junto a la columna en la que acaba de ser flagelado. Siguiendo los
preceptos acostumbrados de la iconografía de un Ecce-Homo,
muestra una soga alrededor del cuello, apoyando su cabeza, coronada de espinas,
sobre la mano derecha mientras que con la izquierda sujeta una caña. La
singularidad recae en la técnica de ejecución pues pertenece al catálogo de
piezas ligeras conservadas en Andalucía.
Su historia material está conformada por
varios capítulos que nos hemos propuesto desentrañar pues, a pesar de los
avatares sufridos, presenta un estado de conservación aceptable. Semejante
tesitura nos lleva a plantear, siguiendo las conocidas tesis de Cesare Brandi
(1995), cómo a partir del establecimiento en el ámbito profesional de procesos
de intervención, conservación y restauración, se puedan proyectar novedosas
hipótesis de trabajo que confluyan en preguntas nuevas y, con ello, se
amplifiquen los conocimientos. Bajo semejantes parámetros, proponemos la puesta
en marcha de un estudio multidisciplinar que permita, desde múltiples formas,
una aproximación de conjunto a una pieza desconocida hasta el momento por la
historiografía y, por lo tanto, y no catalogada. No en vano, la existencia de
esta en una población históricamente alejada de los centros artísticos de
primera magnitud nos puede llevar a relacionarla con otros proyectos de los
que, como iremos viendo, resulta deudora.
Para poder acercarnos a los orígenes que
pudieran determinar la creación de la obra, los indicios más fundamentados nos
llevan hasta la vecina localidad de Cabra, también en la provincia de Córdoba.
La documentación consultada –entre ella, diversas fotografías– indica que esta
escultura procesionó en la semana santa egabrense hasta finales de la década de
1940 bajo la curiosa advocación de Cristo del Buen Pastor. Sin embargo,
la datación de la obra en sí se remonta a finales del siglo XVI, debiendo por
entonces ocupar un lugar significativo en el elenco de devociones pasionista
locales tal como gozó la hermandad de la Vera Cruz existente desde mediados del
siglo XVI y que inaugura el elenco de cofradías del municipio.
En 1968 es retirada del culto debido a unas
obras de reparación que pretenden desarrollarse en la iglesia de Nuestra Señora
de la Asunción y Ángeles. Cuando se reabren las puertas del templo en 1973, la
imagen ya no forma parte del catálogo devocional contenida en este.
Las fuentes orales coinciden en afirmar que
el Cristo se traslada hasta un antiguo molino instalado en un cortijo existente
a las afueras de la localidad, siendo así condenada al olvido y expuesta a un
medio que amenaza con destrozar su conservación. La motivación principal que
justifica tal decisión es la falta de valor artístico; una consideración que,
por otra parte, han recibido muchas de las esculturas ligeras, abocadas al
olvido y a la desaparición al privilegiar percepciones subjetivas sobre sus valores
históricos, estéticos y patrimoniales. El mero hecho de estar realizadas en un
material considerado como de menor dignidad que otros –como la madera o el
mármol– suele ser, a ojos de buena parte de la población, excusa suficiente
para tal proceder.
A partir de este momento, la pista de la
imagen desaparece. Es al cabo de los años cuando, por circunstancias no
esclarecidas, aparece dispuesta en los bajos del convento de santo Domingo, en
Lucena. Es en este último lugar de donde es recogida por un grupo de feligreses
de Jauja, quienes, alentados por el párroco de San José –de nombre José Manuel–,
solicitan autorización para su traslado a la pedanía. El hecho roza lo
rocambolesco pues el medio escogido para semejante cambio de ubicación es un
tractor. En la iglesia parroquial de la aldea es repuesta al culto, adquiriendo
la nueva advocación de la Humildad y Paciencia, creándose una asociación de
fieles el 8 de abril de 1996, que tenía por objetivo fundamental la veneración
de esta y su incorporación a un cortejo procesional, realizando la primera
estación penitencial el miércoles santo de 1997.
La advocación primitiva de ‘buen pastor’ no
responde con la iconografía representada ni guarda relación alguna los
episodios de la secuencia pasionista que en puridad representa. No obstante,
por alguna casuística desconocida y hasta ahora no documentada, empezó a
denominarse así durante el tiempo que recibió culto en Cabra, constituyendo una
peculiaridad reseñable. Si analizamos las representaciones que responden a tal
denominación en la tradición cristiana, el modelo empleado por las primeras
comunidades ligadas al culto funerario se corresponde con el de un Cristo
helenístico –en la mayoría de las ocasiones joven, idealizado e imberbe–
derivada del rabadán con un cordero sobre los hombros heredero del relato
mitológico griego: Hermes crióforo –Mercurio en la narratología romana–,
sostiene sobre sus hombros a un carnero y porta en su mano un frasco con miel
simbolizando la protección y el cuidado hacia un determinado hato ganadero
(Grabar, 1979); una virtud que se amplifica en la literatura mítica hacia aspectos
de liberación, consagración y garantías asociados tanto al epíteto como a la
deidad representada.
En puridad, la referida obra en nada
coincide con las referencias descritas. Al contrario, está en relación con el
pasaje previo a presentación de Jesús al pueblo –tras haber sido coronado de
espinas y azotado en el pretorio por la soldadesca– y en consonancia con los
modelos más difundidos del Ecce Homo.
Los orígenes de esta iconografía se remontan a la Edad Media, aunque su
popularidad se consolida en los albores del Renacimiento. La representación de
Cristo sentado, en actitud reflexiva y resignada, transmite un mensaje de
humildad, paciencia y aceptación del sufrimiento. No en vano, es precisamente
el significado teológico el que queda de manifiesto a través de dicha actitud:
la espera paciente del inocente reo frente a su cruento destino. La evolución
que a lo largo de la Edad Moderna experimenta este tipo iconográfico es a su
vez reflejo de los cambios culturales y religiosos operados en cada época. No
en vano, a pesar de su aparente simplicidad, las representaciones barrocas
encierran una sugestiva riqueza sígnica, convirtiéndose en fuente de
inspiración para la creación artística y en motivo de devoción para la
religiosidad local. En este sentido, la piedad popular convino en concentrar la
devoción cristífera del mesías sufriente, abandonado
y meditabundo, desnudo y ensimismado, contemplando su propio sufrimiento, es un
estereotipo que honda devoción. El reo será el rey de reyes, acentuando en su
mansedumbre los rasgos inherentes a quien se somete a la voluntad de Dios por
alcanzar un fin mayor: la salvaguarda de la humanidad.
Una primera aproximación analítica al
Cristo de Jauja evidencia su escaso peso, aproximadamente cinco kilogramos, y
su tamaño, algo inferior al natural, más próximo al concepto tradicional de ‘lo
académico’. De igual manera llama la
atención el uso de distintos materiales para su configuración corpórea: papel,
caña, estopa, etcétera. La confirmación del empleo específico de estos se
llevará a cabo en próximos meses cuando, tras obtener los oportunos permisos,
podamos llevar a cabo una serie de pruebas científico-técnicas; entre ellas,
radiografías o tomografía digital. El resultado de tales procesos otorgará luz
suficiente para el estudio específico de la técnica empleada, el estado de
conservación y el comportamiento de sus elementos constituyentes, pudiéndose
adoptar aquellas medidas empíricas más adecuadas que guíen una futura
intervención restauradora.
Fuentes de la propia hermandad informan que
en la década de 1990 la obra fue objeto de una intervención no profesional
llevada a cabo por un vecino de la localidad, aficionado a la pintura. Ni en el
archivo de la asociación ni en las actas de sus juntas rectoras se recoge
información alguna sobre las fases que se siguieron en tal proceso. De la misma
manera tampoco se han localizado hasta hoy material fotográfico de calidad que
nos permita valorar de forma inicial el estado en el que se encontraba en fecha
anterior a la referida. Sí hemos podido entrevistarnos con el responsable de la
actuación[1],
quien reconoce que en el momento de su ejecución no poseía ningún título que le
acreditase como conservador-restaurador, desconociendo por ende los
procedimientos técnicos que habría de aplicar así como
la normativa y principios por los que debe regirse una intervención de este
tipo. Como suele decirse de forma popular, la acción estuvo más guiada por el
corazón dadivoso que por la razón científica. No en vano, del resultado de
dicho encuentro si pudo colegirse una serie de asertos que serán objeto de ratificación
una vez podamos someter a la obra a las comentadas pruebas. En este sentido,
previo a ‘reparaciones efectuadas’, el vecino informa que a través de un
agujero que tenía la pieza en la zona del hombro izquierdo se podía apreciar
una especie de cartón, unas cañas o paja y una pasta blanca que lo recubría
todo. No deja de ser paradigmático la coincidencia existente con la descripción
de una pieza escultórica análoga que encontramos en el convento de santa Clara,
en la localidad de Estepa, Sevilla, denominada Cristo del Amor. Las
semejanzas existentes entre esta y la obra que nos ocupa son evidentes y van
más allá de cualquier parecido formal. Al respeto, el historiador estepeño
Jorge A. Jordán (2005), analiza un manuscrito sobre la historia del municipio
datado en 1886-1888, recogiendo de manera literal una descripción de la pieza
que, por su interés, reproducimos a:
La prodigiosa imagen de
Nuestro Señor, bien conocida en Santa Clara de Estepa con el título de ‘Padre
Amor’, es singularísima por la materia de que está compuesta, que parece es de
pajas, y mucho más por su naturalidad y hermosura (Jordán Fernández, 2005, p.
556).
Atendiendo a estas puntualizaciones
vertidas sobre ambas obras, estas adscriben la materialidad con la que están
hechas a pajas o cañas. Dentro de los cauces habituales empleados por la
imaginería ligera, los elementos inherentes a su constitución suelen ser de lo
más variado, siendo igualmente frecuente que, por su propia capacidad maleable,
formen parte de procesos ligados a la aplicación de moldes. La denominación que
dichas opiniones mantendrían nos lleva a la suposición de que más bien la
percepción efectuada de esos elementos fibrosos pudiera tratarse de caña de
maíz.
La técnica en sí enlaza con la que los
tarascos representaban a sus ídolos y que, tras el domino hispánico,
traspasarían con posterioridad a las obras demandadas por las órdenes
mendicantes. Se conoce documentalmente el proceso llevado a cabo para su obtención,
manipulación y trabajo, recogido por monseñor Luis Enrique Orozco tras el
estudio de obras originales (1970): cortadas las cañas de maíz y puestas
a secar, se hierven en agua de hierbas venenosas para matar en ellas todo
germen –en especial, las polillas–. Vueltas a exponer al sol, se desprende la
corteza para extraer solo la médula, la cual se muele de forma cuidadosa antes
de quedar reducirla a polvo. Estando bien martajada la caña, se mezcla con la
goma de una begonia u orquídea, denominada tatzigui
en la jerga local. Enseguida, se cuecen los bulbos en agua pues, al término del
proceso, se desprende la goma, un elemento aprovechable. De esta mezcla
resultaba una pasta manejable, ligerísima y de extensa duración.
Aunque es aventurado aseverar que nos
encontramos ante dos esculturas que cruzaron el océano, tampoco se puede
descartar tal cuestión. El próximo estudio técnico de ambas puede aportar
pruebas concluyentes al respecto basadas en la propia materialidad. Mientras
tanto, es necesario añadir un argumento más a tal disyuntiva. En el caso de la
obra de Estepa, un relato legendario afirma que el artífice que la realizó –o,
al menos, quien era su propietario o comerciante– la llevaba a vender a
Vélez-Málaga. Sin embargo, tal finalidad no se pudo concretar puesto que, en el
camino, el macho que la porteaba sobre un carro se negó a tomar el rumbo hacia
la citada localidad. El hombre, impaciente, falto de consejo, arrojará las
riendas diciendo «anda, ve adonde Dios te llevare» (Jordán Fernández, 2005, p
556). Acto seguido, el mulo comenzó a andar en una dirección distinta, por
veredas desconocidas, hasta que paró frente al compás del referido convento
estepeño.
Una leyenda con igual aserto la encontramos
en Pedrera, localidad sevillana también cercana a Estepa. En este caso, la
imagen protagonista es la de un crucificado, portada en carreta hacia otra
localidad. Los animales que la empujaban se pararon en un punto concreto sin
poder el carretero volverlos a echarlos a andar pese a su esfuerzo. Al
pronunciar una sentencia similar a la citada, el episodio culmina en la entrega
de la obra a las puertas de otro recinto sacro. A ello hay que añadir otro dato
significativo, la obra, conocida como el Cristo de la Sangre, es una
escultura ligera enviada desde Mesoamérica y está realiza con cañas de maíz. La
repetición de la narración, así como la coincidencia de fecha y localizaciones
próximas, nos permitirá comprobar tales indicios y responder a algún tipo de
casualidad que, al menos de forma aparente, parecen existir.
Volviendo nuevo al Cristo de la Humildad,
de Jauja, se evidencia que, a nivel estructural, no ha sufrido ninguna
modificación reseñable con la salvedad del orificio comentado en el hombro
izquierdo que fue ‘tapado’ a modo de ‘reintegración volumétrica’ mediante papel
encolado, como afirma el ejecutante. En este sentido, tales características
morfológicas la convierten en una pieza excepcional de cara a su estudio
detallado.
El modelado en sí es tosco. La anatomía no
está definida, como tampoco las proporciones resultan ser las adecuadas bajo
parámetros configuradores de toda escultura de raíz naturalista, produciéndose
una discordancia evidente entre las extremidades inferiores –las piernas son
cortas–, el tronco y el volumen craneal. En general, la escasa atención al
detalle deviene de su ajuste al modelado que proporcionan las habituales
técnicas de la escultura ligera. Al respecto puede servir como ejemplo preclaro
de tal concordancia el Cristo de la Sangre, de Pedrera, citado con
anterioridad.
De igual forma es preciso señalar la
existencia de una tercera obra que representa la misma iconografía que las de
Jauja y Estepa: el Cristo de la Humildad existente en la parroquia de
Nuestra Señora del Soterraño, en Aguilar de la Frontera, Córdoba. Aunque guarda
semejanzas reseñables con dos modelos comentados, ha sufrido a lo largo del
tiempo varias intervenciones sin que en ellas se aplicasen unos criterios
conservacionistas comunes. Los resultados de estos han confluido en la
modificación sustancial de la obra, adaptada según las modas y gustos de
momentos concretos. Pero, pese a tales prevenciones, conserva rasgos que la
convierten en una pieza análoga y cuenta con testimonios documentales que la
contextualizan en un momento histórico determinado. En este sentido se conserva
un acta testamentaria fechada en 1666 en la que se recoge el deseo de una
parroquiana de concretar una manda económica para que con ella se costeen misas
ante el altar del Cristo en recuerdo de su alma[2].
De igual manera, como ya se ha apuntado,
existen constancias de diversas actuaciones a las que ha sido sometida. La más
antigua atestiguada se localiza en 1732, cuando se le aplica una nueva
encarnadura y se le colocan ojos de cristal. Andando el tiempo, en la década de
1930, sufre una nueva intervención de la que no existe informe alguno, aunque
se conoce por testimonio de los cofrades de entonces que se llevó a cabo en
Valencia. Terminada la Guerra civil española, en el período de reposición de
bienes patrimoniales, el artista cordobés Juan Martínez Cerrillo lleva a cabo
una profunda transformación: elimina el postizo de pelo natural que hasta
entonces tenía, superponiendo sobre la zona craneal una cabellera fabricada en
estopa y otros materiales, desvirtuando la configuración original; una de las
orejas queda tapada, tal y como demuestran las radiografías realizadas en 2017[3];
y, por último, modifica la volumetría del sudario, intensificando las vueltas
del sudario, camuflando a su vez la columna o asiento original bajo un
montículo de piedras talladas. De igual forma, en 1975, el artista local,
Ricardo Llamas, reintegra las pérdidas de policromía.
Estas tres obras –conservadas en Jauja,
Estepa y Aguilar– guardan tal similitud morfo-estructural,
plástica, iconográfica, procedimental y estética que hace pensar en la
utilización de moldes para su realización, ligado, además, a un mismo área geográfica en el que pudo concretarse un mercado
específico. Es más, podría también participar de esta misma secuencia
ejecutoria una cuarta: el Cristo de la Humildad, de Monturque,
localidad también cordobesa, próxima a las citadas. En un catálogo expositivo
publicado por Luque Jiménez (2004), se da a conocer una fotografía fechable en
la década de 1940; esta plasma el instante de la salida o entrada de la imagen
de la ermita de la Vera+Cruz –conocida de forma
popular como ‘la del santo Cristo’– con ocasión de su procesión en semana
santa. No obstante, existe una cuestión nodal: hoy en día, la obra está en
paradero desconocido puesto que, en 1956, fue retirada del culto,
sustituyéndose por una representación escultórica de Cristo amarrado a la
columna y depositándose de forma temporal en un salón anexo a la ermita (Rueda
García, 2023, p. 29 y 41).
La presencia de este cuarto ejemplo queda
atestiguada a partir de distintas referencias conservadas actualmente en la parroquial de Monturque. Todas
ellas la anclan al espacio temporal que estudiamos: mediados del siglo XVII y
principios del XVIII. Así, en 1710, en un inventario particular de los bienes
de la ermita de referencia, se menciona la existencia de un guion o estandarte
en cuyo centro se representa –sin concretar el material de ejecución– el
simulacro comentado. Años más tarde aparece en otra relación semejante las
andas procesionales que utilizaba, reafirmando así su función cultual,
verificada, al menos desde 1750 en adelante, en la noche del jueves santo,
sustituyendo incluso al titular del recinto religioso en el que se veneraba
(Rueda García, pp. 28-29).
El cronista oficial de la villa, Francisco
Luque Jiménez (comunicación personal, 20 de enero de 2025), nos proporciona una
serie de claves interpretativas a tener en cuenta.
Cuando en 1998, el párroco de la localidad, José Gutiérrez Molero, concierta la
compra de un crucificado de tamaño académico –al que se le añadirá la
advocación de Cristo de la Paz, confeccionado en caña de maíz– a un
coleccionista de arte de Córdoba, lo acompañaba un monturqueño,
Joaquín Baena Rodríguez. Este asegura que, entre los bienes obrantes en el
establecimiento, reparó en una obra; vista a cierta distancia, le recordó a la
antigua imagen del Cristo de la Humildad. Pasados los años y movidos por
el interés de despejar la incógnita, diferentes personas intentaron contactar
con el coleccionista, pero sin éxito, ya que este había fallecido y las piezas
de su propiedad habían sido vendidas de manera discriminada por sus herederos.
Ojalá que, en un futuro próximo, las pesquisas puedan continuar para acabar con
la feliz de noticia del paradero de la obra.
Volviendo de nuevo a la hipótesis que
planteamos y que permitiría relacionar estas cuatro obras con la existencia de
un mismo taller u obrador que las ejecutaría a partir del uso general de un
molde, debe señalarse que esta fórmula es una práctica habitual en la Edad
Moderna. A diferencia de las creadas por un artista, la escultura de molde
permitía la producción de múltiples copias a las que incluso se aplicaban
ligeras variaciones. Un proceder que, además, en el terreno creativo hispano,
tampoco es desconocido; no en vano, desde al menos el siglo XVI se configura
una ‘industria de las imágenes’, (Pereda, 2013) que satisfacen la demanda
imperiosa de comitentes de distinto signo. Al respecto, los recursos plásticos
utilizados confieren a la obra escultórica una finalidad consustancial a la
evangelización. Y no hablamos solo de suelo peninsular –donde aún, a pesar del
tiempo y las prohibiciones, existen reductos poblacionales un tanto irredentos
a la hora de acoger a la religión cristiana y sus preceptos canónicos–;
semejante necesidad también parte de las tierras colonizadas, de las
escaramuzas que se siguen produciendo en poblaciones que fuerzan la imposición
del nuevo credo y para las cuales los medios persuasivos del arte se aplican a
igual nivel que la fuerza de las armas.
De igual manera, como ya se ha comentado,
en la mezcolanza de técnicas, procedimientos y materiales producido entre los
recursos tradicionales de origen europeo y los existentes en tierras indígenas,
la producción cuasi seriada también encuentra un lugar preeminente. En este
sentido basta con citar cómo de talleres novohispanos parten obras como el Cristo
de Zacatecas, de Montilla, Córdoba o, el también mencionado de la Sangre,
en Pedrera, Sevilla. Referencias que, junto a las tratadas en este estudio,
engrosan el catálogo de la imaginería ligera en la sierra sur sevillana y la
subbética cordobesa. Queda patente que, en el área geográfica apuntada, la
recepción de piezas confeccionadas por procedimientos indianos conllevó,
también, la emulación de las mismas prácticas procedimentales en obradores
locales, recurriendo a tanto a este tipo de materiales livianos para de esta
manera configurar las representaciones pasionistas como, también, al empleo de
moldes para una más rápida realización escultórica.
En este sentido, las semejanzas entre las
cuatro obras que planteamos son patentes, a pesar de las intervenciones o
pérdidas. El modelado, poco detallado o definido, da pie a una anatomía somera,
poco marcada. La manera en la que quedan modeladas las manos, pies y cabezas
obedecen a un mismo patrón. De la misma manera ocurre con la postura corporal,
haciendo que el torso se incline hacia delante, apoyando la mejilla sobre la
mano derecha para así compensar, de forma gestual, un leve levantamiento de la mano
izquierda sobre la pierna. Una quinta obra es posible si atendemos desde el
punto de vista morfológico, formal y técnico, tratándose del Cristo de las
Penas de Encinas Reales, en Córdoba, una imagen en cuya testa las
similitudes son patentes con las anteriores. Documentada en 1666, a falta de un
estudio pormenorizado no podemos descartar la hipótesis de hallarnos ante otra
imagen realizada de la misma matriz o molde; sin embargo, las diferencias
morfológicas son notables ya que esta solo se conserva el torso y se presenta
oculto por una clámide. [Fig.1]

Fig. 1: De izquierda a derecha: Cristo de la Humildad de Jauja, Cristo de la
Humildad de Aguilar de la Frontera, Padre Amor del Convento de Santa Clara en Estepa y Cristo de la
Humildad de Monturque (en paradero desconocido). Fotogafías del archivo del autor.
4.
Resultados a futuro y conclusiones
Tras lo expuesto, se abre una interesante
vía para la investigación sobre la fábrica en moldes con elementos alejados de
la materia o la piedra. Un sistema cuasi seriado que coadyuvó de forma efectiva
y económica a resolver la alta demanda existente, situándose además un obrador
o comercio en pleno centro de Andalucía. Quizá no contó con la fuerza
experimental de otros –como el existente en las islas Canarias (Amador Marrero,
2020)– pero que, dado estos primeros resultados, si tuvo la capacidad de distribuir
una misma iconografía con ligeras variaciones.
La necesidad de llevar a cabo procesos
restauradores concretos con base científica –en la que los principios de
conservación y restauración contemporáneos cobren protagonismo–, obliga al
estudio analítico previo de los contextos generadores de estas obras. Si lo que
se pretende es buscar el estado original o el más aproximado posible, estos
bienes, testigos de la cultura y el tiempo en que se engendraron, son
cruciales. En ese posible proceso de repristinación, es evidente que los
episodios negativos que han desvirtuado los modelos originales forman parte de
su particular historia material, por lo que habría que tener en cuenta si su
reversibilidad fuese o no posible. En cualquier caso y pese a tales
circunstancias, tanto en la obra de Jauja como en Aguilar, dichas injerencias
han terminado siendo necesarias para la pervivencia de estos bienes, sin que
ello sirva para justificar intervenciones no profesionales.
Con esta primera aproximación documental al
Cristo de la Humildad y Paciencia, de Jauja, además de reclamar por
derecho propio el lugar que le corresponde en la extensa historia de la
escultura ligera en Andalucía –velada hasta el momento–, añadimos una cuestión
vital al debate historiográfico: la indiscutible conjunción entre las
principales disciplinas involucradas en todo proceso profesional de
conservación-restauración. En este sentido, la historia del arte se sirve de la
complementación ofrecida por las técnicas artísticas, así como por las
herramientas de diagnóstico y análisis específico que devienen de diferentes
ciencias empíricas, para establecer pautas objetivas sobre las que sentar
proyectos adecuados a la idiosincrasia particular de todo bien cultural; en el
caso que nos ocupa, esculturas religiosas realizadas con materiales ligeros que
mantienen aún en vigor la función cultual para la que fueron creadas.
La amplitud con la que se debe aplicar el
concepto del arte ha derribado a lo largo de la historia muchas barreras. En
este sentido resulta absurdo que, en el momento presente, la naturaleza de un
material –considerado en ocasiones relativamente recientes como poco adecuado–
discrimine per se una pieza del todo singular. De igual manera las
posibles relaciones existentes entre otras análogas, derivadas de su posible
materialización bajo criterios seriados, conlleva el establecimiento de
novedosas vías de investigación. Todo ello sin olvidar el sugestivo intercambio
de recetas técnicas que unifican la cultura europea bajo el signo de la
cristiandad con el recetario propio con que contaban algunas de las comunidades
indígenas de Mesoamérica. El tránsito de recursos y, también, de obras, entre
continentes tan distantes requiere de por sí una atención específica atendiendo
a criterios propios de la historia social, la antropología, la comunicación
visual y los estudios culturales.
Como hemos podido comprobar, la
minusvaloración que en determinadas épocas ha concitado la escultura ligera
para ciertos estratos poblacionales patentiza la necesidad de seguir analizando
estos bienes bajo un adecuado rigor científico antes de que el olvido, el paso
del tiempo, las decisiones escasamente afortunadas o la desidia ignorante
acaben arruinándolos. La variedad y versatilidad matérica con la que fueron ejecutados requiere de
tratamientos específicos que sirvan de guía a expertos profesionales a los que
se les encarguen intervenciones venideras. En este sentido, el análisis
específico que hemos planteado para el Cristo de Jauja –ampliable también a las
piezas homólogas de Aguilar y Estepa– podrán conducir a medio plazo al
establecimiento de un diccionario técnico en el que se especifiquen sus
procesos técnicos, incidan en los materiales empleados, aporten nociones
básicas sobre su adecuada conservación y ofrezcan alternativas factibles de
restauración. Ojalá que todas
las hipótesis planteadas en las líneas precedentes nos permitan pronto unificar
criterios y esclarecer los mecanismos de un tipo de creación que en su conjunto
resulta más compleja de lo que pueda parecer.
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