Arquitectura filhispana

 

 

Filhispanic Architecture

 

 

 

Javier Galván Guijo

Arquitecto y director del Instituto Cervantes en Manila (Filipinas)

 

 

 

Un recorrido por la arquitectura del archipiélago filipino durante la época en la que perteneció a la monarquía hispánica. Para ello revisitaremos la tesis doctoral no publicada Arquitectura y urbanismo de origen español en el Pacífico occidental, que el autor del artículo defendió en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid en 2004. El artículo hace un recorrido tipológico (en el que destacan los ejemplos conservados de los distintos tipos funcionales: militar, religioso, civil) y geográfico por las distintas regiones con destacada arquitectura de la época española. Concluye con una bibliografía básica sobre este tema.

Palabras clave

Arquitectura, filhispana, colonial, barroco, Manila, Filipinas

 

 

 

A tour of the architecture of the Philippine archipelago during its time of belonging to the Hispanic monarchy. To this end, we will revisit the unpublished doctoral thesis Architecture and Urbanism of Spanish Origin in the Western Pacific, which the author of the article defended at the School of Architecture of Madrid in 2004. The article makes a typological journey, highlighting the preserved examples of the different functional types: military, religious, civil. As well as a geographical one, through the different regions with outstanding architecture from Spanish Period. To conclude with a basic bibliography of the topic.

 

Keywords

Architecture, colonial, baroque, Manila, Philippines


 

Vamos a hacer un recorrido por la arquitectura del archipiélago filipino durante su época de pertenencia a la monarquía hispánica. Para ello revisitaremos la tesis doctoral no publicada Arquitectura y urbanismo de origen español en el Pacífico occidental, que quien esto escribe defendió en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid en 2004.

 

 

Introducción

A la llegada de los españoles a Filipinas en 1521, no había en el archipiélago una sociedad evolucionada como para producir agrupaciones urbanas estructuradas o edificios con vocación que no fuera la meramente utilitaria. Esto no quiere decir que no existieran construcciones autóctonas de gran interés, adaptadas a las condiciones del lugar: las bahay na cubo, levantadas sobre pies derechos de madera y construidas con materiales de inmediata obtención (madera, bambú, nipa y cogón)[1]; de planta cuadrada, con cubierta piramidal de acusadas pendientes, se pueden ver —quizás no muy diferentes a las que encontraron los primeros españoles— en zonas del país más o menos remotas y alejadas de los grandes núcleos urbanos, donde la población conserva su modo de vida ancestral.

En una primera etapa de conquista y ocupación del territorio, que correspondería aproximadamente al último tercio del siglo XVI, se fundan y trazan las ciudades más importantes —según el modelo de las Leyes de Indias—, que comienzan a ser edificadas con los materiales mencionados anteriormente y que acaban siendo en gran parte de los casos pasto de las llamas. Baste recordar el incendio de Manila subsiguiente a la invasión del pirata chino Li-Ma-Hong en fecha tan temprana como 1574 o los posteriores de 1579 y 1583, que prácticamente destruyeron la ciudad.

Soldados y monjes colonizan Filipinas y crean ciudades, construyendo edificios con vocación de pervivencia. El jesuita Antonio Sedeño es considerado el promotor de la construcción en piedra, pues enseña a los indígenas a labrarla y asentarla. Los primeros años del siglo XVII ven como las ciudades comienzan a poblarse de edificios de piedra y ladrillo con cubiertas de teja, construidos a semejanza de los de España, América y habría que añadir China. Resistentes al fuego, su comportamiento frente a las sacudidas del terreno —tan frecuentes en Filipinas— no era el adecuado, como quedó demostrado tras el terremoto de 1645, que destruyó casi por completo la primera Gran Manila que edificaran los españoles a la europea, utilizando ya la piedra, tras poner en explotación canteras como las de Guadalupe, Meycauayan o Mariveles.

Siguiendo una especie de método de prueba y error, a lo largo de los años esa arquitectura fue adaptándose a las exigencias de los seísmos, achaparrando sus proporciones, masificando sus muros y exagerando sus contrafuertes, así como aligerando las estructuras en su parte superior e introduciendo refuerzos; en definitiva, tratando de recuperar la elasticidad y capacidad de respuesta de las ligeras construcciones autóctonas. En sintonía con numerosas zonas de América igualmente sísmicas, en el XVII y el XVIII se va desarrollando una arquitectura mestiza, para cuya definición ha tenido éxito el término acuñado por Pal Keleman en 1951: earthquake baroque.

No obstante, en el siglo XIX otros dos devastadores seísmos, en 1863 y 1880, destruirían gran parte de Manila. La preocupación por la seguridad de las edificaciones se haría patente tras este último terremoto, y tuvo como consecuencia la redacción por parte de la Junta Consultiva de Obras Públicas de las Reglas para la edificación en Manila, dictadas a consecuencia de los terremotos de los días 18 y 20 de julio, que pudieran constituir un código edificatorio pionero en su género. Además de incendios y terremotos, no hay que olvidarse de los tifones que estacionalmente asolan las islas ni de la enorme agresividad de su atmósfera tropical.

En 1711 se crearía en España el cuerpo de Ingenieros Militares. Con anterioridad, en 1705, aparece en Manila, procedente de Cuba, de donde era natural, Juan de Císcara, que, además de reorganizar las defensas de Cavite, Iloilo y Manila, sería el autor de las trazas de la catedral de Cebú. Sin embargo, hasta bien entrado el siglo XVIII no se cubre de forma permanente y continua la plaza de ingeniero militar del archipiélago, cuyos ocupantes estarían dedicados de manera fundamental a mejorar las fortificaciones de las plazas más importantes. La presencia de arquitectos «de carrera» es mucho más tardía, ya muy entrado el XIX, de modo que la autoría de algunos de los edificios más emblemáticos —incluso en las postrimerías de la época española— se debe a ingenieros.

En la segunda mitad del XVIII es cuando se construyen la mayor parte de las iglesias más importantes que han llegado hasta nosotros. Las reformas económicas introducidas por el espíritu ilustrado en las islas permitieron una actividad constructiva que se extendió por todo el país, a diferencia de épocas anteriores, en las que tal actividad se ceñía básicamente a Manila[2].

A lo largo del siglo XIX va cristalizando una peculiar y depurada arquitectura civil y doméstica, fruto del mestizaje de unos tipos coloniales que van adaptándose a las condiciones locales y la aparición de una burguesía que se desarrolla en época de libertad de comercio y de mayor facilidad en las comunicaciones, en la que Filipinas pasa a depender directamente de la metrópoli —al independizarse México— y en la que se acometen desde el Ministerio de Ultramar numerosas obras de infraestructura que hacen de Manila una ciudad moderna, la más «europea» de Asia y en la que la construcción se ve ya sometida a unos controles administrativos y facultativos y, en definitiva, a una administración moderna.

A pesar de la penuria de «técnicos cualificados» durante una gran parte de la época de la presencia española, hay que considerar una serie de figuras, arquitectos de facto, que jugaron un papel primordial en la construcción de los primeros edificios filhispanos. Del jesuita padre Antonio Sedeño, ya citado, parece ser (según el historiador fray Juan de la Concepción) la traza de la primera fortificación de Manila: el fuerte de Nuestra Señora de Guía.

Fray Juan Antonio de Herrera no es personaje histórico, sino figura cuya aparición en Filipinas y muerte a pie de obra se sumerge en la bruma de la leyenda. Lego agustino, tomaría los hábitos y marcharía a Filipinas al conmutársele la pena de muerte por haber matado a un hombre en un duelo en España, del que fuera testigo, de incógnito, el propio Felipe II, que le otorgaría tal gracia al descubrirse que el reo era nada menos que hijo del arquitecto de El Escorial, el gran Juan de Herrera. Se dice de él que fue el principal artífice de la iglesia de San Agustín de Manila[3], en cuya obra moriría al enganchársele el rosario que portaba colgado del cuello en un andamio. Se dice que trabajó también en otra gran obra agustina situada cerca de Manila: el monasterio de Guadalupe.

Arquitectos en sentido estricto o no, los nombres de estos frailes, a los que habría que añadir el del jesuita padre Campión —arquitecto de la segunda iglesia de San Ignacio, en la tercera década del siglo XVII, magnífica a juzgar por los testimonios gráficos y escritos que nos han llegado—, podrían figurar junto al de insignes religiosos —quizás sin sus profundos conocimientos estilísticos y depurada técnica— en la historia de la arquitectura española, como los jesuitas hermano Bautista, Francisco Cabezas, fray Lorenzo de San Nicolás o el carmelita fray Alberto de la Madre de Dios.

En el XVIII encontramos un buen grupo de frailes arquitectos cuyos nombres también han trascendido por la brillantez de sus empresas, como los dominicos Forto y Lobato; al primero se le atribuye la autoría de la iglesia de Tumauini y al segundo la de Tuguegarao, ambas en el valle del Cagayán. Este último además fabricó los hornos para hacer los ladrillos y otras piezas cerámicas de la iglesia de esa ciudad y probablemente de otras muchas en el valle. De los agustinos cabe destacar al padre Bermejo, autor de la espléndida iglesia de Boljoon y de todo el sistema defensivo del sur de Cebú. También a fray Albarrán, autor de un tratado de arquitectura aplicado a Filipinas que se conserva en el Archivo de los Agustinos en Valladolid. Destacable asimismo es el jesuita Uguccioni, a quien se debe la intervención que daría lugar a la quinta catedral de Manila. De todos ellos hablaremos a lo largo del presente trabajo.

Una iglesia antigua

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San Agustín (Manila). Compás y fachada de la iglesia. (Foto: Javier Galván Guijo).

 

Junto a frailes y soldados, hay que considerar como artífices de gran parte de esta arquitectura a los llamados maestrillos o alarifes, personajes autodidactas en la mayoría de los casos filipinos o chinos, como Juan de Mazo. Quizás hasta 1880, cuando se impone una normativa de control en la edificación, estos constructores ejercieron como arquitectos e ingenieros, y en muchos casos sin que sus obras desmerecieran frente a las de aquellos.

Como era muy escasa la población española en las islas, hay que pensar que la mano de obra estaba constituida en su práctica totalidad por nativos, sangleyes —población de origen chino— y también, probablemente en los primeros años, por japoneses. Ellos aportaron su peculiar forma de entender las directrices dadas por unos «directores de obra» que a su vez interpretaban o recordaban órdenes, formas y proporciones basadas en la tradición clásica. Ello da lugar a un peculiar mestizaje o indigenismo que dota de particular frescura y encanto naíf a esta arquitectura que, por sus múltiples influencias, se ha considerado una arquitectura de síntesis.

Aunque el patrimonio arquitectónico filhispano se ha perdido en gran medida, la sensación inicial que se puede tener de que son pocos los ejemplos conservados es altamente engañosa. Ciertamente, la arquitectura de las ciudades, Manila y Cebú sobre todo, se perdió de forma irremisible en un altísimo porcentaje, pero por todas las islas, en lugares fácilmente accesibles y también en otros enormemente remotos, es todavía posible encontrar varios cientos de estructuras arquitectónicas que se remontan a la época española, muchas de ellas en peligro inminente de desaparición, pero que todavía constituyen un corpus significativo, testimonio de un período crucial de la historia de Filipinas. No existe todavía un catálogo o inventario general de bienes arquitectónicos en Filipinas, si bien la gran mayoría de estructuras históricas están ya, de una u otra forma, identificadas. Lo precario del sector público, y la falta de cultura de conservación y restauración en el país, hacen que esa posible —y necesario— catalogación de ámbito nacional se vea ahora factible, más como suma de iniciativas privadas de tipo académico que como proyecto de las administraciones públicas.

Vamos a hacer ahora un breve y condensado recorrido por la arquitectura filipina, siguiendo la clásica división funcional: arquitectura militar, religiosa, civil, doméstica… Una mera pincelada que dé una idea general y aproximada de la riqueza y complejidad de un patrimonio del que, cual iceberg, solo se ha abordado con rigor el estudio de una pequeña parte.

 

 

1. Arquitectura militar

 

La necesidad de construir fortificaciones en Filipinas, dada su precaria situación defensiva tan lejos de la metrópoli, tan lejos de América, resultaba obvia casi desde un primer momento. Las amenazas que suponían las invasiones, posibles y reales, de chinos, holandeses o ingleses —estos últimos llegaron a apoderarse de Manila en 1762 y permanecieron allí hasta 1764, en que España retomaría su posesión a cambio de ceder territorios de Norteamérica como la Florida— hacían evidentemente necesaria la construcción de fortificaciones para protegerse de ellas. El gobernador Gómez Pérez Dasmariñas, a comienzos de la década de 1590, amuralla Manila, quizás según los dibujos de Leonardo Turriano, ingeniero militar que fortificara las Canarias, dando lugar a un recinto amurallado, la mítica Intramuros, corazón de la Manila española. La morfología urbana de Manila va a venir marcada por su fortificación, de modo que la forma irregular del polígono abaluartado de Intramuros será una constante en el plano de Manila desde finales del XVI hasta la actualidad.

La traza de la ciudad es a semejanza de la de las ciudades de América, en damero, con calles trazadas a cordel. El abstracto modelo de tablero de ajedrez se adapta a las condiciones de borde del emplazamiento, siguiendo el modelo urbanístico de colonización hispana. La topografía de Antonio Fernández de Rojas, delineada de 1714 a 1721, que se encuentra en la sección cartográfica del Museo Británico de Londres, es quizás el documento más emblemático, que no el más antiguo que se conserva —que es el de fray Ignacio Muñoz, conocido como mapa del Centenario—, de la antigua Manila.

La fortificación de Manila cabe considerarla como un sistema abaluartado bastante pionero, a pesar de las enormes dificultades que planteaba su ejecución. Piénsese en Veracruz o Cartagena de Indias, cuyas murallas se construyen entrado el XVII.

A lo largo del siglo XVII se realizan continuamente obras de reparación y mejora, que cada gobernador efectúa según su propio criterio, lo que da lugar a una gran heterogeneidad en la fortificación. Téngase en cuenta que no habría ingeniero alguno en Manila hasta la llegada de Juan de Císcara en 1705. Las mayores obras que se acometen en el siglo las lleva a cabo el gobernador Sabiniano Manrique de Lara (1653-1663). Del continuado proceso de construcción y renovación de las murallas de Manila hay abundante información en los archivos españoles, que ha estudiado y publicado la profesora Díaz Trechuelo.

Tras la ocupación inglesa (1762-1764), se acometen nuevos proyectos de fortificación. Se suceden los ingenieros Juan Martín Cermeño, Miguel Antonio Gómez, Feliciano Márquez y Dionisio O’Kelly, siendo continuas sus quejas sobre la idoneidad del sistema de defensa, cuyas deficiencias habían resultado patentes en el asedio inglés. Bajo el mandato del gobernador Basco y Vargas (1778-1787), el ingeniero Tomás Sanz construye la Nueva Puerta Real (1781), la del Postigo (1783) y la de Santa Lucía (1784), cuyos proyectos se conservan en el Archivo General de Indias de Sevilla.

En el sistema defensivo de Manila, la llave del archipiélago, jugaba un papel fundamental Cavite, el auténtico puerto de la bahía de Manila, ya que la barra formada por el río Pasig en su desembocadura hacía inviable la entrada de buques de cierto calado en la ciudad. Era Cavite también el astillero de construcción de gran parte de los galeones de la ruta de Acapulco. Tan estratégica localización fue defendida desde temprano momento por el desaparecido castillo de San Felipe.

Intramuros, el centro histórico de Manila, fue literalmente arrasado en la Segunda Guerra Mundial. Si el casco se perdió para siempre, salvo la iglesia de San Agustín y poco más, el contenedor de ese recinto histórico, obviamente dañado, sobrevivió al desastre y, en muchos puntos restaurado, podemos admirarlo en la actualidad. El perímetro de Intramuros, de casi cuatro kilómetros de extensión, se conserva íntegro, salvo en un tramo de unos quinientos metros de longitud. Constituye, por tanto, uno de los ejemplos mejor conservados y de mayor extensión del sistema abaluartado que ejemplifica el ideal renacentista de ciudad fortificada, solo superado quizás por Cartagena de Indias.

Pero Intramuros no es el único testimonio de ciudad fortificada en Filipinas que ha llegado hasta nosotros. Aunque con mucha menor entidad, es muy notorio el caso de Daang Lungsod —que fuera ciudad fortificada en el sur de Cebú, cerca de la actual Oslob—, de la que se conservan las murallas y cinco torreones.

También en Manila, algo alejado de Intramuros, engullido por la megápolis, se levanta el fuerte de San Antonio Abad, cuyo origen data de 1584, que fue capturado por los ingleses en 1762, donde se hicieron fuertes y desde donde lanzaron la toma de Intramuros.

En otros lugares de Filipinas se conservan magníficas piezas de este tipo de fortificaciones, como el fuerte de San Pedro, de planta triangular, en la ciudad de Cebú o el de Nuestra Señora del Pilar, en Zamboanga, que junto al desaparecido fuerte de San Pedro en Iloilo —solo quedan algunos vestigios— constituían ejemplos del sistema de fortificación abaluartada, tan extendido desde tiempos de Felipe II por todos los territorios de la corona. La piedra volcánica[4] con la que están construidas muchas de estas fortificaciones nos hace recordar otras no solo americanas, sino también de las costas canarias, como el castillo de San Gabriel en Arrecife de Lanzarote o los de la Luz y San Roque en Las Palmas.

Por toda la geografía filipina podemos encontrar construcciones de carácter militar. Caben destacar los ejemplos de torres vigía que se levantan en puntos de la costa —sobre todo en Visayas— y no pocas torres de iglesias que cumplían esa misión defensiva. También auténticas iglesias fortaleza y recintos amurallados con iglesia en su interior. El jesuita René Javellana ha acometido el estudio de las fortificaciones filipinas en su obra Fortress of Empire. Entre los ejemplos más interesantes de torres costeras destacaríamos las siguientes: Sulvec y San Esteban (Ilocos Sur), Guimbal (Panay), Luna (La Unión), todas ellas de planta circular, la de Maribojoc (Bohol), de planta triangular, y la ataludada de Gumaca (Quezon), de planta cuadrangular.

Muchas de las iglesias de Filipinas servían también como refugio para la población ante los ataques de los piratas musulmanes procedentes de Mindanao y de Joló. Una de las que más acusan en su fisonomía ese carácter militar es la de Mia-gao, en la isla de Panay, incluida en la lista de Patrimonio Mundial. Muy interesante y particular es el caso de Capul (Sámar), cuya iglesia está «inscrita» en un fuerte. Otro ejemplo de iglesia imbricada en un fuerte es el de la isla de Cuyo, al norte de Palawán.

De forma análoga, los campanarios de no pocas iglesias no solo servían como tales, sino también, aislados y en situación topográficamente prominente, como atalayas desde las que se podía otear el horizonte y prevenir posibles ataques. Dicha función parece bastante clara en casos como los de Bantay (Ilocos Sur), Panglao y Dauis (Bohol), Boljoon (Cebú), Siquijor (Siquijor), Dumaguete (Negros) o Samboan (Cebú).

 

 

2. Arquitectura religiosa

 

La evangelización de las Filipinas fue llevada a cabo, al igual que ocurriera en México, por las órdenes religiosas de los agustinos, dominicos, franciscanos y jesuitas fundamentalmente, reemplazados estos últimos, tras su expulsión, por los recoletos. Además de los grandes templos y conventos que las órdenes edifican en Manila —que acogían a las remesas de misioneros llevados a Manila por el Galeón de Acapulco antes de ser distribuidos en su misión evangelizadora por todo el archipiélago—, sembrarían las islas de un gran número de conventos e iglesias, algunas de ellas imponentes, incluso en pequeños pueblos, muchos de los cuales han resistido el paso del tiempo, de guerras, de terremotos y de tifones y han llegado hasta nosotros, a veces muy mutilados y deteriorados. El poder de penetración de los misioneros fue asombroso, pues llegaron a las más remotas islas y confines. Desde el punto de vista de la ordenación del territorio, su misión fue fundamental, pues crearon una red de pueblos, germen del tejido urbano de todo un país.

 

Edificio de piedra

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             San Agustín (Manila). Fachada posterior del monasterio. (Foto: Javier Galván Guijo).

 

 

El germen, a su vez, de cada uno de los pueblos lo constituía la iglesia o, mejor dicho, el complejo eclesial, constituido por la iglesia propiamente dicha, el convento —o casa del cura, rara vez de más de uno— y el atrio, cercado a modo de plaza. El esquema es muy similar al de la evangelización mexicana, lo que Gloria Espinosa llama «arquitectura de la conversión»[5]. En Filipinas no se dan las capillas abiertas mexicanas y en contadas ocasiones las capillas posas[6]; sí los cruceros en el centro de los atrios, al menos en origen. Elemento característico de la arquitectura religiosa filipina que no se encuentra de forma tan generalizada en otras latitudes del mundo hispánico es el campanario, que aparece con identidad propia —aunque no siempre— separado de la iglesia.

Es, sin duda, la iglesia filipina de los siglos XVII y XVIII el elemento más emblemático de su patrimonio arquitectónico. Llama la atención la homogeneidad de los complejos eclesiales filipinos. Bien es cierto que cada región tiene sus peculiaridades, debidas más al hecho de repetir en cada caso el modelo más próximo que al de pertenecer a una orden determinada. La tesis de que cada orden religiosa pudiera tener su propia arquitectura no resulta sólida. Edificios de la misma orden en diversas localizaciones geográficas son tan diferentes como los de distintas órdenes. En cualquier caso, las diferencias no son muy acusadas. Podríamos definir incluso un arquetipo de complejo eclesial, con la iglesia, de planta sencilla rectangular o de cruz latina, flanqueada por la torre campanario exenta —o casi— a un lado y el convento al otro, sin solución de continuidad entre la fachada de este y la de la iglesia. Si recorremos la geografía filipina, comprobaremos cómo se repite este esquema con algunas variaciones. Conseguida la forma que se adecuaba a la función, ¿por qué cambiarla?

Hagamos ahora un somero recorrido por algunas zonas filipinas que conservan original arquitectura religiosa[7].

 

En Metro Manila

 

Pocos ejemplos de arquitectura religiosa podemos añadir al de San Agustín, en Manila. Fuera de la muralla encontramos algunas iglesias, pertenecientes a los barrios o pueblos que rodeaban la capital, englobados hoy en Metro Manila, que se compone de dieciocho municipios. Dentro del municipio manilense destacan la iglesia de Malate, la de Binondo —el barrio chino extramuros, fundado en 1596—, la de Santa Ana de Sapa o la iglesia de Santa Cruz, con su interesante torre de apariencia china. Otros templos en otros municipios son el de San Pedro en Makati, con su fachada curva; la iglesia de Guadalupe, en el mismo municipio que la anterior; las de Tondo, Malabón y Las Piñas, esta última con su famoso órgano de bambú; y las de Pateros y Taguig. En este último municipio, escondida entre la jungla urbana, encontramos, en el barrio de Tipas, una pequeña iglesia, la de San Juan Bautista, que constituía probablemente una visita de la parroquia de Taguig[8]. También deben mencionarse las iglesias de San Juan del Monte (dominicos) y San Francisco del Monte (franciscanos); junto a esta última se levanta un convento con interesantísimo claustro.

 

San Agustín

 

La orden agustina ocuparía desde un primer momento una posición de privilegio en la traza de Manila gracias a la presencia de Urdaneta y otros cuatro agustinos en la expedición de Legazpi. La iglesia de San Agustín es el único edificio de Intramuros que no ha sucumbido a los estragos de invasiones, fuegos y terremotos. Es un mito, el buque insignia de toda esta arquitectura. Tras tres templos erigidos con anterioridad —destruidos por sendos incendios—, el actual, ya en piedra, se comienza en 1591 y se termina en 1604.

Para algunos la pervivencia de San Agustín es cuestión puramente milagrosa; otros la atribuyen a una hipotética cimentación en forma de bóveda invertida, que haría que el edificio se comportara como un barco durante los seísmos. Para el autor de este trabajo, el milagro quizás esté… en su planta vignolesca: San Agustín es como una gran caja, en la que masas y rigideces están distribuidas con simetría y en la que la nave queda arriostrada por las capillas laterales. Planta, sección y volumetría podrían tomarse como ejemplos para un manual de normas constructivas frente a seísmos: la planta y las torres se parecen mucho a las de San Isidro de Madrid, que es posterior. Las plantas siguen ambas el modelo jesuítico por excelencia, la iglesia del Gesú de Roma, obra del arquitecto Vignola. En las torres, inexistentes en el Gesú, se sigue el modelo herreriano de la iglesia del monasterio de El Escorial o de la catedral de Valladolid. Las torres, evidentemente, no son aconsejables en zonas sísmicas y San Agustín, en efecto, ya perdió una de las suyas.

 

Una torre de piedra

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             Iglesia de San Agustín en Paoay (Ilocos Norte). (Foto: Javier Galván Guijo).

 

 

No parece descabellado hablar de influencia jesuítica en esta iglesia agustina; de hecho, la primera iglesia en piedra de los jesuitas en Manila, Santa Ana, se termina en 1596 «a traza de la que tiene la casa de Roma», según nos dice el cronista padre Diego Sánchez, que afirma que es la mejor iglesia que tiene la Compañía en estas islas y en toda la Nueva España. Con seguridad intervendría en ella el padre Sedeño. ¿No influiría esta magnífica iglesia, así como el omnipresente padre Sedeño, en San Agustín?[9] ¿No aprenderían los artífices de San Agustín la lección de la bóveda de Santa Ana, que se hundió con el terremoto de 1599, y dispondrían en su lugar una mucho más rebajada para su iglesia?

San Agustín es un templo del Barroco, pero del Barroco severo de los Austrias —término acuñado por Fernando Chueca—, que sigue el modelo de El Escorial. Con sotocoro, nártex y torres herrerianos en planta vignolesca[10]. Su imafronte pentagonal, que da frente al característico atrio en rinconada de la trama de Intramuros, se puede relacionar con el del Patio de los Reyes en El Escorial (Herrera) y con el de las iglesias carmelitanas en general.

 

Una torre de un edificio

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             Iglesia de San Vicente Ferrer en San Vicente (Ilocos Sur). (Foto: Javier Galván Guijo).

 

 

Al interior, la decoración de la bóveda con pinturas trompe l’oeil de artistas italianos del siglo XIX enmascara la decoración original, de mayor potencia e interés. Además de su arquitectura propiamente dicha, cabe destacar sus puertas de madera tallada con motivos agustinianos, como la figura de un san Agustín orientalizado; el hermoso púlpito octogonal, prototipo tal vez de muchos otros púlpitos filipinos; la espléndida sillería del coro; el órgano; y el facistol. Pero San Agustín no es solo la iglesia: el complejo monacal agustiniano comprendía una serie de edificaciones agrupadas en torno a dos patios interiores. De sus crujías centenarias han pervivido las que junto a la propia iglesia conforman el claustro de dos plantas construido con piedra volcánica como las murallas—, bóvedas de medio punto y una magnífica escalera de granito[11].

 

Binondo

 

La iglesia de este pueblo de población china, fundado en 1596,[12] ha llegado hasta nuestros días al menos con sus muros y torre en muy buen estado. Su imagen ha sido repetida algo cambiante en numerosos grabados; uno del siglo XIX nos revela que la torre tenía un cuerpo más y cubierta piramidal. Diego Aduarte, en 1640, lo califica de hermosísimo templo. Constituía un padrastro formidable cuya demolición es repetidas veces solicitada por las autoridades encargadas de la defensa de Manila, incluso antes de terminarse[13]. Típica fachada manileña, como la de la desaparecida iglesia del convento de San Francisco, caracterizada por las torrecillas laterales, el piñón trapecial coronado por hornacina, óculos octogonales y columnas pareadas. La torre, de planta octogonal, coronada por cúpula, con ventanas tabernáculo y balaustradas en cada uno de sus cinco pisos, hecha de ladrillo, nos recuerda a la que tuvo la catedral de Manila y a la que sigue teniendo la catedral de Vigan. La cubierta de la nave asoma por detrás de la fachada, extraño efecto producido al aumentar la altura del templo.

 

Malate

 

Como siempre ocurre en Manila, la primitiva iglesia —que al estar situada extramuros constituía un padrastro importante y llegó a servir de base a los ingleses en su asedio a Manila— fue destruida y reconstruida en repetidas ocasiones. Sencilla, de una sola nave, Marco Dorta ve en ella influencias mexicanas en claraboyas y columnas helicoidales, y la relaciona con la catedral de Aguascalientes. Encontramos huecos ochavados similares a los de Malate en no pocas iglesias mexicanas, de las que quizás las más conocidas sean las de Tepotzotlan y la Profesa, en México D. F.

 

San Sebastián

 

Esta iglesia de los Agustinos Recoletos, levantada en Quiapo tras la destrucción de las dos anteriores en los terremotos de 1863 y 1880, supuso un avance tecnológico que, dadas las circunstancias de espacio y tiempo, hay que considerar muy espectacular. No solo su estructura, sino sus paredes y hasta la plementería de sus bóvedas están realizadas con piezas metálicas. El diseño, obra del ingeniero Genaro Palacios, fue aprobado en 1883 y presentado en la «Exposición de las islas Filipinas», celebrada en Madrid en 1887, y su ejecución fue adjudicada a la empresa belga Societé Anonyme d’Enterprises de Travaux Publics en 1886. Es tal vez la única iglesia, en todo el mundo, realizada enteramente con piezas metálicas.

Fue «prefabricada» completamente en Bélgica, y sus piezas se trasladaron en barco hasta Manila, donde fue montada por operarios belgas y personal local. Es, en palabras del agustino recoleto José María Martínez, hija del neogótico y la Revolución Industrial. Su planta es rectangular, de tres naves sin crucero, y caracterizan su volumen las torres rematadas por flechas y el cimborrio octogonal. El interior es asombroso, gracias en parte al efecto espectacular de las pinturas que imitan mármol y jaspe, obra del artista Lorenzo Rocha, y al de las vidrieras, de la firma alemana Henri Oidtmann. Su implantación en la irregular trama urbana, con su fachada lateral que da frente a la plaza del Carmen, cerrando la perspectiva de la calle Hidalgo pero sin ser centro focal de eje alguno, acrecienta el interés de su percepción, lo que hace más creíble su vocación medievalista.

 

Santa Ana

 

La ciudad de Santa Ana de Sapa fue fundada en 1578 y fue el primer lugar fuera de Intramuros en el que se estableció una misión (de los franciscanos). La iglesia actual data de 1720, y su construcción se atribuye —al igual que la del convento anexo— al superior de los franciscanos padre Vicente Inglés, el cual habría llevado desde Valencia una réplica de la imagen de Nuestra Señora de los Desamparados, a quien está dedicado el templo. Dicha imagen —una de las más antiguas y veneradas en Filipinas— preside la iglesia desde un excelente retablo barroco, uno de los mejores de Filipinas. Muy interesante es la sacristía, situada detrás del altar.

Excavaciones realizadas en los años sesenta del siglo pasado han demostrado que el lugar en el que se levanta la iglesia ya era utilizado para enterramientos unos cuatro siglos antes de la llegada de los españoles. Como otras muchas fundaciones franciscanas, Santa Ana tiene un hermoso claustro, muy filipino con ventanas de capiz, al que se abren las distintas dependencias del convento.

 

Guadalupe

 

La iglesia de Guadalupe, en San Pedro de Makati, formaba parte de un imponente complejo monacal de planta cuadrada en torno a un gran patio interior fundado en 1599. Fue en sus comienzos una domus formata de la orden agustiniana, bajo la advocación de Nuestra Señora de Gracia. En 1604 una imagen de la Virgen de Guadalupe fue llevada desde Extremadura. Se dice que fue construida por Juan Antonio de Herrera —antes de intervenir en San Agustín—, aunque para algunos este no es un personaje histórico y atribuyen su autoría a Juan Macías. La iglesia fue concluida en 1629, y soportó los terremotos de 1645, 1658, 1754 y 1863, si bien en 1880 perdería algunos contrafuertes y la bóveda. En 1762 fue objeto del vandalismo de la ocupación inglesa. En 1899, durante la guerra entre filipinos y norteamericanos, estos incendiaron iglesia y monasterio, y desde entonces esta estructura fue conocida como la Queen of Ruins. Durante la Segunda Guerra Mundial se convirtió en campamento de los japoneses. En 1950 las ruinas del monasterio fueron demolidas para dejar paso a la construcción de un seminario, y sus piedras fueron utilizadas en la enésima reconstrucción de la catedral de Manila. Por tanto, solo quedaron las paredes —bien conservadas— de la antigua iglesia, de la que se volvieron a hacer cargo los agustinos en 1970, que acometieron su restauración.

 

En Ilocos

 

El trabajo de Benito Legarda[14] fue el primer intento —todavía no superado— de dar a conocer las iglesias de Ilocos, una de las regiones que presentan una mayor densidad de edificios históricos de interés. Son en general de planta muy sencilla, rectangular de una sola nave, de gran longitud y sin transepto. Disponen de escaleras exteriores, talladas en contrafuertes, que permitían el acceso a la cubierta. Elementos decorativos típicos son los escudos agustinianos y motivos de origen chino como los fu dogs[15]. En no pocos casos hay cabeceras planas con contrafuertes, presentes siempre en los laterales, que llegan a alcanzar enormes dimensiones en algunas ocasiones, como en Paoay.

Lo más característico de estas iglesias probablemente sea la torre campanario, que frecuentemente aparece aislada, como un campanile italiano. Se suele decir que la torre se separa de la iglesia para evitar que, en caso de colapso en un terremoto, caiga encima de la cubierta de la nave. Esta medida sería efectiva siempre que la torre se desmoronase sobre su pie, pero, si la torre cayera toda ella en dirección a la nave, la alcanzaría, pues la distancia entre iglesia y torre suele ser inferior a la altura de esta. ¿Por qué no se emplea esta solución con más profusión en otras regiones igualmente sísmicas? El origen del carácter exento de estas torres hay que buscarlo más en las pagodas chinas; sin olvidar su función de atalaya, bastante obvia, dada su situación topográfica, en torres como las de Bantay y Santa María.

 

Iglesia de piedra

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Iglesia de Santo Tomás de Villanueva en Miagao (Iloilo). (Foto: Javier Galván Guijo).

 

Las torres suelen ser de tres cuerpos separados por impostas, de planta cuadrada el inferior, que se ochava y retranquea en los dos superiores, resultando así torres de fuste octogonal, rematadas por cúpula; se abren huecos, con arcos de medio punto, en lados alternos de su perímetro. Se realizan normalmente en ladrillo, para ser revocadas. El tipo descrito se encuentra, con ligeras variaciones, en Vigan, Bantay o Santa María, si bien en esta última el cuerpo bajo es también ochavado. En Paoay y Laoag los tres cuerpos son de planta cuadrada, cada uno retranqueado por los cuatro lados respecto al inferior, conforme los muros van disminuyendo de espesor. La de Magsingal tiene cuatro cuerpos, todos de planta octogonal, de tamaños decrecientes y rematados por cubierta piramidal, realizada en piedra de coral al igual que la de Paoay.

La iglesia ilocana está formada por elementos que se van yuxtaponiendo: la nave; la fachada frontal, que sobrepasa en anchura y altura a la nave que tiene detrás; los contrafuertes, que cobran vida propia; la torre campanario; y en algunos casos capillas bautismales a modo de capillas posas, cubos casi perfectos rematados por cúpulas que se adosan lateralmente a los pies de la nave, como en Magsingal o Bacarra. Aunque todavía sea considerable el número de edificios que quedan en pie, algunos son ya ruina, ruskiniana e imponente —como Dingras—, que exhiben magníficas fábricas de ladrillo —material que dejó de utilizarse tras la marcha de los españoles— concebidas para ser cubiertas por revocos protectores. Las torres de Bantay y Bacarra constituyen magníficos ejemplos de campaniles y también de ruinas «en buen estado». Esta última perdió el remate superior en forma de stupa, similar al de la desaparecida iglesia de los recoletos de Intramuros. En esta última iglesia existe un curiosísimo pasadizo subterráneo que la conecta con el patio del convento adyacente.

En no pocos casos, el estado de conservación de estos edificios es bueno gracias a que en ellos se ha venido celebrando ininterrumpidamente el culto, aunque se hayan producido en no pocos casos alteraciones no deseables. La torre de Magsingal —en piedra de coral— es una de las más hermosas y mejor conservadas. La de Laoag, de enorme robustez, muy alejada de la iglesia, es quizás la más «china»; la de Vigan, la más depurada y «española».

Además de las ya citadas, no debemos olvidar las iglesias de Sinait, San Vicente —quizás la más barroca estricto sensu con su fachada curva—, Badoc —con importantes contrafuertes—, Sarrat —con interesantes bóvedas de ladrillo en las ruinas de su convento—, San Nicolás —con su potente frontón curvo—, Piddig, todas ellas en Ilocos Norte; y Tagudin, Santa Lucía —con fachada neorrománica y potente cimborrio—, Candon, San Esteban, San Juan, Cabugao y Narvacan en Ilocos Sur. Mención especial merece en esta provincia la iglesia de Santa María, declarada —como la de Paoay en Ilocos Norte— patrimonio de la humanidad. Santa María se levanta sobre una colina y presenta un acceso muy dramático por medio de una potente escalinata. A cierta distancia de la iglesia, que ofrece rítmicos contrafuertes trapeciales de ladrillo laterales y dos circulares en la fachada frontal —todo ello también en ladrillo—, se levanta un airoso campanario que presenta una acusada inclinación debida al parecer a la inestabilidad de la colina en la que se levanta el templo. Frente a la iglesia, conectado por un corredor elevado a esta, se levanta el convento en una posición totalmente inusual. Su depurada arquitectura recuerda a la del vecino palacio episcopal de Vigan, de excelente factura. Completan el peculiar complejo arquitectónico de Santa María las ruinas magníficas del cementerio, al que se baja por una escalinata situada simétricamente con respecto a la que da acceso a la iglesia desde la ciudad.

 

Una casa de piedra

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              Iglesias del Patrocinio de María Santísima en Boljoon (Cebú). (Foto: Javier Galván Guijo).

 

 

Al sur de Ilocos, en zona lingüística ilocana, se encuentra la provincia de La Unión, también evangelizada por los agustinos. En ella quedan templos interesantes, como los de Bauang, San Fernando, San Juan, Bacnotan, Luna, Balaoan —cuya fachada presenta cuatro ejes de columnas pareadas— y Bangar —cuya bóveda está decorada con pinturas de interés—. Cerca de la capital, San Fernando, se encuentran las interesantes ruinas de Pindangan que corresponden a la primera iglesia que tuvo la ciudad.

 

En el valle del Cagayán

 

El río Cagayán discurre por el valle que se abre entre Sierra Madre y la Cordillera Central, en el noreste de la isla de Luzón, y riega las provincias de Cagayán, Isabela y Nueva Vizcaya. A lo largo del valle, con el río siempre presente, se van sucediendo poblaciones que conservan en mayor o menor medida imponentes iglesias. La arquitectura del valle del Cagayán es una manifestación bastante elocuente de la manera hispana de colonizar: una colonización civilizadora, a la romana.

Será a los dominicos, llegados a Filipinas en 1587, a quienes incumba la evangelización de Cagayán. De la importancia inicial de esta región en el proyecto evangelizador da prueba el hecho de que Lal-lo, en el norte del valle, sea una de las cuatro sedes episcopales con que contaba el archipiélago, la de Nueva Segovia.

Para el estudio de la interesante arquitectura de esta zona, es obligado remitirse a un trabajo de Benito Legarda[16] en el que propugna la existencia en la arquitectura de las iglesias del valle de un estilo propio bien diferenciado del de otras regiones del archipiélago, el estilo Cagayán; esa unidad de estilo sería consecuencia de la unidad geográfica del territorio y de la concentración de la actividad constructiva en un período relativamente corto de tiempo, el último tercio del siglo XVIII, en el que se levantan la mayor parte de las estructuras que han llegado hasta nosotros. Es en este período en el que los dominicos, que se habían centrado con anterioridad en la colonización de Pangasinán, van a dar prioridad a la de Cagayán, donde tendrá lugar un cierto florecimiento económico consecuencia del cultivo de las riberas del río y de sus afluentes, que traerá consigo la creación de nuevos pueblos.

En Filipinas resulta aventurado hacer clasificaciones cronológicas y estilísticas de los edificios, ya que las adiciones, renovaciones y reconstrucciones son constantes. Parece sin embargo bastante lógica, siguiendo la tónica marcada por Legarda, la siguiente agrupación cronológica de los edificios que total o parcialmente han llegado hasta nosotros. Podemos distinguir un primer grupo de iglesias, construidas en el XVII, como Malahueg, Nassiping y Lal-lo, al que habría que añadir Buguey y las ruinas de Pata. Un segundo grupo, el de las construidas en la primera parte del XVIII: Pamplona, la ermita de San Jacinto en Tuguegarao, Cabagan Viejo (hoy San Pablo) y Gamú. El tercer grupo corresponde a las iglesias edificadas en el último tercio del XVIII, las que tienen características comunes definidas, las representantes del estilo Cagayán: Tuguegarao, Iguig, Gattaran, Bayombong, Dupax, Bagabag, Bambang, Tumauini, Ilagan y Camalaniugan.

Las características de ese estilo Cagayán serían: 1) El empleo sistemático del ladrillo en muros y casi con seguridad el de teja en cubiertas. 2) La inclusión de elementos cerámicos decorativos incrustados en fachadas, puertas y ventanas. 3) El empleo de arbotantes. 4) La disposición de órdenes cambiantes de grupos de columnas salomónicas. 5) Los frontones ondulados o, mejor, lobulados con pináculos.

Si bien el empleo de arbotantes, en vez de contrafuertes, es muy poco frecuente en el archipiélago (por ejemplo, en la catedral de Vigan), no es sistemático tampoco en Cagayán y se reduce a casos puntuales: Tuguegarao, Iguig, Malahueg. Aun así, alguno de los ejemplos que da Legarda no son arbotantes, aunque lo puedan parecer, sino más bien contrafuertes de perfil escalonado en los que se ha practicado un hueco.

Finalmente tendríamos un reducido cuarto grupo, el de las iglesias edificadas en el siglo XIX: Cauayan, Alicia, Enrile, Aparri —hoy totalmente modificada— y Alcalá. Las torres campanario, como suele ocurrir en todo el archipiélago, se separan de las naves, aunque curiosamente en Cagayán, a diferencia de otros lugares, esa separación sea mínima. Son de planta cuadrada u ochavada, con la curiosa excepción de Tumauini, que es de planta circular; no es que sea la única del archipiélago con esta forma, ya que al menos hemos visto o tenemos noticia de otras tres: en México (Pampanga), Itbayat (Batanes) y Borongan (Sámar). Con campanarios tan magníficos, es lógico que sean escasas las espadañas en Filipinas. Dos al menos, o mejor tres, encontramos en Cagayán: la de la ermita de San Jacinto, en Tuguegarao, la enorme de la iglesia de Buguey y la de las ruinas de Pata.

Las torres de Cagayán son masivas, casi macizas en su interior, al contrario de lo que ocurre en otros lugares. Aunque la torre esté separada de la nave, se accede desde el interior de la iglesia, a la altura del coro. Suelen tener cuatro cuerpos: el bajo es generalmente macizo, sin acceso posible, desprovisto de cualquier otra función que no sea la de servir de base. Los cuerpos intermedios están constituidos por cuatro grandes macizos entre los que discurren, de lado a lado, dos estrechos corredores ortogonales, que forman una cruz de brazos iguales. Finalmente, el cuerpo de campanas, desprovisto ya de la masividad de los muros de los cuerpos inferiores, se remata con cúpula de ladrillo, a veces visible desde el exterior, a veces trasdosada por cubierta piramidal. La comunicación entre los diversos niveles es por medio de escalera de caracol, horadada en uno de los macizos, que desemboca en el espacio abierto de la planta superior. El mayor número tiene planta de cruz latina, con los brazos del crucero generalmente muy cortos. La cabecera, siempre cuadrada o rectangular, nunca ochavada, y curiosamente de ancho diferente al de la nave. Carecen de transepto las iglesias de Enrile, Iguig, Malahueg, Pata, Alicia, Gattaran y Alcalá, si bien esta tardía iglesia es la única en todo el valle con tres naves.

Se conservan en Cagayán magníficos ejemplos de conventos, aunque casi siempre muy transformados y en la mayoría de los casos convertidos en escuelas. Cabe destacar el de Malahueg. Sacristías y baptisterios se yuxtaponen a la nave, cobrando independencia volumétrica. No es extraño que la sacristía constituya la conexión con el convento. Es frecuente que en Filipinas los baptisterios se sitúen en el cuerpo bajo de las torres campanario. Sin embargo, esto no ocurre en Cagayán, donde ya hemos visto que las torres son macizas en su nivel inferior.

En Cagayán encontramos atrios poco o nada alterados, lo que no es tan frecuente en otros lugares del archipiélago. Tumauini, Cabagan Viejo (San Pablo) e incluso Malahueg son magníficos ejemplos de este tipo de espacios, que conservan, con deterioro, sus vallas de ondulantes formas y rica decoración y un monumento a la cruz que ocupa su centro geométrico. La orientación de las iglesias no sigue un patrón determinado, pues las tenemos orientadas a los cuatro puntos cardinales. Unas se disponen perpendicularmente al curso del río, como la de Lal-lo, mientras otras lo hacen en paralelo (Iguig o Camalaniugan).

Aunque la mayor parte de estos edificios estén construidos en «época barroca» y puedan presentar elementos decorativos o incluso, si se quiere, fachadas barrocas, distan mucho de lo que se puede entender por barroco en otras latitudes; quizás solo Tumauini se puede considerar ejemplo barroco en sentido estricto. Al margen de clasificaciones estilísticas, es obligado reconocer la ruptura que se produce en la segunda mitad del XIX, cuando las iglesias se diseñan siguiendo modelos occidentales más o menos preconcebidos: iglesias modernas, planificadas, diseñadas por ingenieros o arquitectos, iglesias neoalgo que pierden el encanto de sus antecesoras.

 

En Iloilo

 

La iglesia fortaleza de Miagao, dedicada a santo Tomás de Villanueva, se construyó entre 1786 y 1797, tras la destrucción de las dos anteriores, quemadas por piratas musulmanes. Fue incendiada por los revolucionarios en 1898 y también por los insurgentes durante la guerra filipino-americana, y fue restaurada en 1948 y en 1959. De una sola nave, con contrafuertes, cubierta por bóveda rebajada y dos torres asimétricas, es una de las cuatro iglesias declaradas patrimonio de la humanidad. En su fachada de arenisca ocre, profusamente decorada, se hace patente el mestizaje de la cultura filipina. Ahí radica su peculiar encanto, en la manera heterodoxa de entender unos órdenes y proporciones importados de otro mundo.

En el sur de la isla de Panay —evangelizada por los agustinos—, en la provincia de Iloilo, encontramos, además de Miagao, una serie de iglesias de gran interés, como la de San Joaquín, con un espléndido bajorrelieve en su fachada que representa la rendición de Tetuán a las tropas españolas, o la de Guimbal, de una sola nave extraordinariamente alargada —rasgo característico de estas iglesias— con nártex y sotocoro, que presenta contrafuertes de sección semicircular, reminiscencia de una probable función defensiva, solo en uno de sus lados; en sus muros, además de caliza blanca, se han utilizado otras clases de piedra: arenisca ocre y piedra de coral, fruto probablemente de distintas actuaciones. Las calizas de Panay presentan una fácil labra, lo que propicia interesantes decoraciones que nos recuerdan a las del plateresco. En Guimbal la decoración se reduce a las portadas —rasgo del Barroco español—, profusamente decorada la de la fachada principal, en la que destacan los motivos agustinianos. En la portada de la fachada sur, la de los contrafuertes circulares, encontramos capiteles de primorosa talla. De gran interés también es la iglesia de Tigbauan, aunque su interior haya sido desvirtuado. En Iloilo, capital de la provincia del mismo nombre, encontramos junto a interesantes ejemplos de arquitectura doméstica, tres templos de notable interés: las decimonónicas iglesias de Moló y San José, representantes del eclecticismo, y la catedral de Jaro, cuyo aislado campanile —de planta cuadrada— presenta un magnífico basamento, lo único que se conserva del original.

 

Iglesia de piedra

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                            Iglesia de Nuestra Señora de la Portería en Daraga (Albay). (Foto: Javier Galván Guijo).

 

La tardía iglesia de León, que se comenzó a construir en la década de los setenta del siglo XIX y nunca se finalizó, de grandes proporciones, es una de las pocas iglesias filipinas con tres naves y transepto. El cuerpo central de la fachada, flanqueado por inacabadas torres, tiene reminiscencias carmelitanas. Aunque mantiene el clásico esquema filipino 3x3, su esbeltez y las tres puertas con arco de medio punto hacen que su apariencia sea «poco filipina».

La provincia de Iloilo es rica en monumentales iglesias decimonónicas, como la de Santa Bárbara, de fachada muy filipina, 3x3, con pares de pilastras marcando rotundamente los ejes verticales, proporción cuadrada, frontón mixtilíneo y clásico convento de magnífica ejecución, con volada alineada con la fachada de la iglesia. Excelente también es la fachada de Cabatuan, con cuerpo central de apariencia muy clásica, aunque con marcadas características filipinas, flanqueada por dos masivas torres de ladrillo de planta cuadrada y tres cuerpos, poco esbeltas, rematadas por cúpula esférica. Muy interesantes también son las iglesias de Dingle y Dueñas, cuyas fachadas en su parte superior tienen alerones «madernianos»[17]. Especialmente monumental es esta última, que presenta un cuerpo bajo horizontal de doble altura sobre el que a los lados se levantan dos torres monumentales octogonales que flanquean un elegante ático en el centro, con frontón triangular y alerones laterales que nos recuerdan a la iglesia francesa de Val de Grâce.

 

En otros muchos lugares…

 

Dada la enorme fragmentación de la geografía filipina y la extraordinaria difusión del mensaje evangélico por las islas, resulta difícil abarcar un patrimonio tan disperso. Sin espacio para más, mencionamos al menos algunos ejemplos destacados, como los de la basílica del Santo Niño y la catedral en Cebú, primera ciudad fundada por los españoles; en la isla del mismo nombre, las iglesias de Carcar, Argao y Boljoon; en la vecina Bohol, las de Baclayon, Loay, Loboc y Maribojoc; Guiuan en la de Sámar; Boac en la de Marinduque; Lazi en la de Siquijor; Basco y Mahatao en las remotas islas Batanes. En la gran isla de Luzón, Taal en Batangas, Morong, Pakil, Paete, Nagcarlan y Majayjay en Laguna, Betis, Minalin y San Luis en Pampanga, Daraga, Camalig, Naga y Lagonoy en Bicol, Calasiao, Binmaley, Lingayen, Aguilar y Bolinao en Pangasinán, Balanga, Oraní y Abucal en Bataan, Tayabas y Lucban en Quezon, Silang en Cavite. El nomenclátor completo ocuparía varias páginas.

 

 

3. Arquitectura doméstica

 

Vigan —la capital de la provincia de Ilocos Sur, en el noroeste de la isla de Luzón— conserva el trazado y los edificios del pasado y es el único ejemplo de ciudad «española» que ha perdurado tras la Segunda Guerra Mundial.  La historia moderna de Vigan comienza con la expedición de Juan de Salcedo —nieto de Legazpi—, al que en 1572 le encarga Guido de Lavezares —segundo gobernador de Filipinas, tras el propio Legazpi— encontrar un paso hacia la Nueva España más directo que los conocidos hasta entonces. En 1572 llegaría Salcedo a Vigan, si bien prosiguió su camino hacia el norte. Dos años más tarde regresa, al concedérsele la encomienda de toda la región de Ilocos, siendo probablemente entonces, en 1574, cuando funda la que se llamó en principio Villa Fernandina en honor al segundo hijo varón de Felipe II. Poco sabemos de Vigan hasta 1758, año en el que la sede episcopal de Nueva Segovia es trasladada desde Lal-lo —en la provincia de Cagayán— a esta villa ilocana. Nueva Segovia era una de las cuatro sedes episcopales que había entonces en el archipiélago, además de Manila, Cebú y Nueva Cáceres —actual Naga.

 

Un puente sobre el pasto

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              Baluarte de San Diego en Intramuros (Manila). (Foto: Javier Galván Guijo).

 

 

El artículo del padre Frederick Scharpf[18] en The Ilocos Review sobre la construcción de la catedral de Vigan constata las afirmaciones anteriores, probando que el traslado de la silla episcopal es el hecho que determina la construcción de los dos principales y más antiguos edificios: la catedral y el palacio arzobispal. La catedral se construye entre 1790 y 1800; sus proporciones, la corrección en los órdenes superpuestos de su fachada, así como la inclusión de elementos «cultos», como triglifos y dentículos, o la disposición de arbotantes en lugar de contrafuertes apuntan la posibilidad de que un arquitecto o maestro instruido dirigiera las obras. Compositivamente, la fachada se articula mediante columnas dobles, lo que es característico de las fachadas de las iglesias filipinas en general e ilocanas en particular. A pesar de su «occidentalismo» y relativo purismo, no se renuncia a elementos decorativos orientales como los fu dogs ni a un juego de volutas un tanto naif.

La plaza mayor —plaza Salcedo— se organiza en torno a la catedral y al palacio arzobispal, conformando la típica estructura urbana colonial española. Es la catedral el primer edificio en cubrirse con teja, inexistente allí hasta entonces, pero que se emplearía de forma generalizada y constituiría un elemento característico del paisaje urbano de Vigan. La segunda plaza —plaza Burgos— que confiere su particular fisonomía al centro urbano surge para propiciar un espacio libre al costado de la catedral, protegiéndola —por el único flanco que le quedaba— del riesgo de propagación de cualquier incendio que pudiera producirse en la ciudad.

La Vigan que nos ha llegado —en contra de una creencia generalizada— es una ciudad del XIX, por lo que no parece muy lógico calificarla de barroca. Lo que hace que su centro urbano sea único no son sus plazas ni sus edificios más monumentales, como los ya citados o el cementerio, con su magnífica espadaña, sino la gran unidad de su tejido urbano de bahay na bato («casas de piedra»), que se agrupan en manzanas alargadas y forman frentes continuos a dos calles con espacios abiertos al interior. No son casas-patio, sino más bien edificios adosados con una gran disciplina compositiva hacia la calle y con libertad en el uso del espacio abierto interior. Es un mismo tipo que se repite, con la planta baja —siempre de ladrillo—de uso comercial: las «bodegas» de los comerciantes chinos; y la planta alta destinada a vivienda, también en ladrillo o en madera. Las cubiertas, con más que generosos aleros, fueron todas de teja, elemento constructivo poco aconsejable en zonas sísmicas, pero en la actualidad solo las conservan catorce edificios de los ciento ochenta que componen el casco histórico, agrupados en unas cincuenta manzanas.

La arquitectura doméstica de Vigan presenta una adecuación perfecta al clima y a los terremotos. Sus proporciones son elegantes, no como las de las iglesias earthquake baroque. Las pilastras de ladrillo articulan rigidizando las fachadas y modulándolas con gran uniformidad, lo que genera un ritmo a la vez acogedor y majestuoso. Lo autóctono, lo antillano, lo asiático y lo hispano se mezclan con inusitada armonía en Vigan, auténtico crisol de culturas, fruto de la fusión y el mestizaje.

Otras dos ciudades han conservado conjuntos domésticos de notable interés: Taal en Batangas y Silay en la isla de Negros. Ejemplos aislados los encontramos también con cierta profusión en la provincia de Bulacán. Muy interesantes son las construcciones domésticas de piedra con cubiertas de paja de las islas Batanes, azotadas con frecuencia por los tifones.

Casa de madera en el agua

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Fortaleza de San Diego de Alcalá en Gumaca (Quezon). (Foto: Javier Galván Guijo).

 

 

4. Otras arquitecturas

 

Si bien la religiosa y la militar son las arquitecturas filipinas más características y de las que nos han llegado un número significativo de ejemplos suficiente para poder estudiarlas en conjunto sin perder la coherencia en el discurso, no hay que olvidar los notables ejemplos de arquitectura civil, en su mayor parte desaparecidos: los muy interesantes cementerios y las obras de ingeniería, como faros, puentes, estaciones de tren, puertos, dársenas, etcétera.

En Manila, la capilla del cementerio de la Loma y el cementerio de Paco en su totalidad convertido en parque son buenos ejemplos de arquitectura funeraria del XIX. También en Metro Manila destaca la «arquitectura ilustrada» de la capilla del cementerio de Taguig, de planta circular con cúpula esférica. En la provincia de Iloilo encontramos magníficos ejemplos, siete en total, de los que destacan San Joaquín y Januay. En la provincia de Albay, la capilla del cementerio de Tabaco, de planta octogonal. La capilla del de Vigan destaca por tener una de las pocas espadañas de Filipinas[19]. En la provincia de Quezon es notorio el cementerio de Tayabas, así como la espléndida capilla del de Suriaya. El cementerio de Nagcarlan (Laguna), con su magnífica cripta y planta de cruz latina, convertido en parque, es hoy una atracción turística conocida como el underground cemetery. Menos conocidas son las ruinas de ladrillo del de Santa María, en Ilocos Sur.

El inventario de edificios civiles que han perdurado daría un número muy inferior al de edificios religiosos o domésticos. Pocas capitales de provincia conservan el edificio del gobierno provincial casa de gobierno de la época española, que en Tagbilaran (en la isla de Bohol) permanece prácticamente intacto. También son pocos los pueblos o ciudades que conservan el ayuntamiento de la época.

Al implantarse, con Isabel II, la obligatoriedad y gratuidad de la enseñanza primaria, se construyeron en muchos pueblos filipinos escuelas para niños y niñas. Encontramos proyectos para estas dotaciones en archivos de España y Filipinas; sin embargo, solo hemos podido encontrar, y en buenas condiciones, una pareja de tales edificios en la localidad de Loay, en la isla de Bohol.

A las poblaciones más importantes se las dotaba de tribunales, como el de Tuguegarao en la provincia de Cagayán, del que se conserva una fotografía en el Museo de Antropología de Madrid, y las casas reales, que albergaban diversas funciones: administración de justicia, cárcel del pueblo y alojamiento de autoridades que visitaban el lugar. Un buen ejemplo, bien conservado, restaurado y en funcionamiento, es la llamada Casa de Comunidad en Tayabas (Quezon). De la existencia de tribunales o casas reales en poblaciones filipinas, incluso de mediana o pequeña entidad, dan idea las ruinas de la casa real de la población de San Pablo o Cabagan Viejo—, en Isabela.

 

Iglesia de piedra

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Fachada de la capilla del cementerio de La Loma (Manila). (Foto: Javier Galván Guijo).

 

 

 

Conclusión

 

La arquitectura filhispana se desarrolla en Filipinas a lo largo de más de tres siglos, constituyendo un corpus único y universal, dados sus múltiples influencias y componentes. Es en sus distintas manifestaciones una arquitectura de síntesis que ha tenido que resistir la amenaza de agentes destructivos naturales y humanos. Constituye una sabia respuesta al entorno natural en el que se desarrolla. Los ejemplos que han pervivido cobran un valor enorme y deberían servir de lección magistral para las nuevas generaciones de arquitectos y diseñadores.

 

 

Fuentes y bibliografía

 

Díaz-Trechuelo, M.ª Lourdes (1959). Arquitectura española en Filipinas. 1565-1800. Escuela de Estudios Hispano-Americanos.

Galende, Pedro (1987). Angels in Stone: Augustinian Churches in the Philippines. G. A. Formoso.

Galván Guijo, Javier (2022). Heritage Churches of the Cagayan River Basin. Vibal Foundation Inc.

Javellana, René B. (1997). Fortress of Empire. Bookmark, Inc.

Ortiz Armengol, Pedro (1958). Intramuros de Manila: de 1571 hasta su destrucción en 1945. Ediciones de Cultura Hispánica.

Regalado Trota, Jose (1991). Simbahan: Church Art in Colonial Philippines, 1565-1898. Ayala Museum.

Zialcita, Fernando N., & Tinio Jr, Martin I. (1980). Philippine Ancestral Houses. GCF Books.

 

 

 

 

Cómo citar este artículo: Galván Guijo, J. (2024). Arquitectura filhispana. TSN. Transatlantic Studies Network, (17), 29-43. https://doi.org/10.24310/tsn.17.2024.20098. Financiación: este artículo no cuenta con financiación externa.



[1] Nipa: planta de la familia de las palmas, de unos tres metros de altura, que abunda en las islas de Asia-Pacífico. Con sus hojas se hacen tejidos, y especialmente techumbres para cobertizos y edificaciones autóctonas.

Cogón: «planta de la familia de las gramíneas, propia de los países cálidos, que tiene las flores en panoja cilíndrica y cuyas cañas sirven en Filipinas para techar las casas en el campo» (diccionario de la RAE).

[2] El peso específico de Manila en la realidad filipina ha sido y sigue siendo enorme. La macrocefalia filipina venía dada casi de forma necesaria por el modelo colonial: un desarrollado centro, foco de un nuevo patrón de comercio intercontinental, propiciado por la Ruta del Galeón, y un vasto y fragmentado territorio de misión cuya estructuración irá siempre muy por detrás.

[3] Parece más verosímil —incluso probada— la hipótesis que estima que el principal constructor de San Agustín fue Juan Macías.

[4] En Filipinas, llamada adobe.

[5] Espinosa Spínola, Gloria (1999). Arquitectura de la conversión y evangelización en la Nueva España durante el siglo XVI. Universidad de Almería. Servicio de Publicaciones.

[6] Quedan ejemplos de capillas posas en Filipinas al menos en los atrios de las iglesias de Minalín en Pampanga y Argao en Cebú, ambas construidas por los agustinos.

[7] Los agustinos, los primeros en llegar (1565), construyeron sus iglesias en la región de Ilocos y también en la Pampanga y Batangas, en lo que a Luzón se refiere; en Visayas lo hicieron en Cebú y Panay. Los franciscanos (1578) se ocuparon de Bulacán, de las comarcas en torno a la laguna de Bay (hoy provincias de Rizal y Laguna) y de todo el sureste de la isla de Luzón, incluidas las provincias de Tayabas —actual Quezon—, los dos Camarines, Albay y Sorsogón —es decir, la región de Bicol—, además de la provincia de Aurora; en Visayas se ocuparon de las islas orientales de Sámar y Leyte. Los dominicos (1587) evangelizaron el valle del Cagayán, la península de Bataán, las septentrionales islas Batanes y Babuyanes, así como la región de Pangasinán. Los jesuitas (1580) hicieron lo propio en Cavite, Bohol, en zonas de Sámar y Leyte, y en Mindanao. Finalmente, los recoletos (1606) en Zambales, también Bohol, Mindoro y las islas de Negros y Siquijor. Las fronteras entre las zonas de influencia entre unas órdenes y otras no son siempre nítidas, de modo que existen parroquias de unas en zonas principalmente atendidas por otras.

[8] Las «visitas» en Filipinas son pequeñas iglesias o ermitas sin cura residente —situadas en barrios o lugares alejados del centro de la población— que eran visitadas por los párrocos de esa población para celebrar los sacramentos y oficios religiosos.

[9] Según la leyenda, el artífice de San Agustín fue Herrera, que tomó los hábitos y salió de España huyendo de la justicia. Según el libro de gobierno, fue Juan Macías.

[10] Con anterioridad a Herrera, el sotocoro aparece ya formulado en San Juan de los Reyes, en Toledo, e incluso antes en la Cartuja de Miraflores, en Burgos, iniciada en 1454.

[11] En Filipinas el granito se conoce como piedra de China. Ello es debido a que venía de aquel país como peso muerto en los barcos que traían las mercancías chinas que alimentaban el comercio del Galeón.

[12] Se considera el primer Chinatown de la historia.

[13] López de Vallejo solicitó del gobernador Rodrigo de Vivero (1608-1609) que se derribase la obra en piedra que hacían los dominicos en Binondo (Díaz Trechuelo, 1959, p. 33).

[14] Legarda, Benito (1960). Colonial Churches of Ilocos. Philippine Studies, 8(1), 121-158.

[15] Los leones de Fu, llamados también perros de Fu, son criaturas míticas que se supone que protegen a sus dueños de los malos espíritus. Es habitual encontrar representaciones suyas de piedra o cerámica a la entrada de casas y templos chinos.

[16] Legarda, Benito (1981). Angels in Clay: The Typical Cagayan Church Style. The Filipinas Journal of Science and Culture, 2, 68-81.

[17] A la manera de Maderno, arquitecto romano que intervino en San Pedro del Vaticano.

[18] Estudio realizado por el padre Frederick Scharpf de los documentos existentes en el Archivo de Indias sobre la ciudad, en especial de las cartas de los obispos de la diócesis de Nueva Segovia a los monarcas españoles; fruto de este estudio es el artículo «The Building of the Vigan Cathedral», publicado en 1985 en el volumen 17 de The Ilocos Review, el cual ayuda a deshacer algunos equívocos históricos al tiempo que nos proporciona datos valiosos para formular algunas hipótesis sobre la morfología urbana de Vigan.

[19] Dos notorias espadañas filipinas, la de las ruinas de Carangalan (en Nueva Écija) y la de la iglesia de Basco (en Batanes), han desaparecido en los últimos años.