La literatura filipina en español en el contexto de los estudios transoceánicos: de Filipinas a España y vuelta (siglos XIX y XX)
Philippine Literature in Spanish in the Context of Transoceanic Studies: from the Philippines to Spain and Back (19th and 20th centuries)
Rocío Ortuño Casanova
UNED (España)
https://orcid.org/0000-0003-2636-8279
El artículo establece que, a pesar de la narrativa que insiste en que en España la literatura hispanofilipina es olvidada, lo cierto es que desde la segunda mitad del siglo XIX ha habido momentos de gran presencia de Filipinas en el campo cultural español. Se utilizan algunas métricas para constatar estos momentos de gran producción escrita en español sobre Filipinas y se explican las razones para estos picos, qué obras se han publicado en estos años y qué diálogos se han establecido con España y con América. En general se establece que la producción cultural en torno a Filipinas está muy ligada a eventos históricos que incumben a las dos naciones, España y Filipinas, muy presentes en la prensa de cada momento y que el mercado editorial ha sabido aprovechar estos eventos para publicar obras filipinas o sobre Filipinas. Además, se explica que, a pesar de que lo transnacional de la literatura hispanofilipina la ha mantenido alejada de los estudios literarios en lengua española, esta misma naturaleza transnacional está despertando un gran interés entre los investigadores en las últimas dos décadas.
Palabras clave
Estudios transoceánicos, literatura española, literatura en español, literatura hispanofilipina, mercado editorial
Despite the narrative that insists that Fil-Hispanic literature is forgotten in Spain, the fact is that since the second half of the 19th century there have been moments of great Philippine presence in the Spanish cultural field. Some metrics are used to establish these moments of great production written in Spanish about the Philippines and the reasons for these peaks are explained, what works have been published in these years and what dialogues have been established with Spain and with America. In general, it is established that the cultural production around the Philippines is closely linked to historical events that concern both nations, Spain and the Philippines, very present in the Spanish press at each moment and that the publishing market has been able to take advantage of these events to publish Philippine works or works about the Philippines. In addition, it is explained that, although the transnational nature of Spanish-Philippine literature has kept it away from Spanish-language literary studies, this same transnational nature has aroused great interest among researchers in the last two decades.
Keywords
Transoceanic studies, Spanish literature, Spanish-language literature, Fil-Hispanic literature, publishing market
Antonio Pérez de Olaguer, periodista barcelonés de padres filipinos, contaba cómo llegó a Filipinas en su libro Mi segunda vuelta al mundo describiendo la isla de Corregidor, que franquea el acceso a la bahía de Manila, como «el Gibraltar de Oriente» (1943, p. 87). Entraba, en ese momento, en las mismas aguas que Blasco Ibáñez consideró cuando las vio que eran «como los lagos cantados en odas y romanzas», refiriéndose a aguas calmas registradas en cuentos míticos medievales europeos (1944, p. 208). Y es que la descripción de Filipinas tomando una óptica europea ha sido la tónica general desde tiempos de la llegada de los castellanos al archipiélago en 1561. En aquel entonces, cronistas y misioneros intentaban asimilar y plasmar la realidad de las islas, una realidad ajena a ellos mismos y a su público objetivo, utilizando símiles con entidades que sí que les eran familiares, como ya hicieran en América. De este modo, el padre misionero Francisco Colin, S. J., compara al pirata chino Limahong, que atacó Manila en el siglo XVII, con el conspirador romano Lucio Catilina por, a juicio del jesuita, su carácter maligno a pesar de su origen noble (Ortuño Casanova, 2024, p. 132); por su parte, el franciscano fray Domingo de los Santos utiliza como estrategia de definición en su Vocabulario de la lengua tagala (1794) la comparación de frutos, animales y otras realidades que le eran ajenas con entidades conocidas en la península. Así lo hace, por ejemplo, en la entrada acerca del pajarillo autóctono «pogo», que caracteriza «como un pardal o gorrión de España» (Ortega Pérez, 2018, p. 40).
La tendencia continúa hasta finales del siglo XIX, cuando la clase ilustrada filipina, aquellos hijos de familias nativas o mestizas chinas adineradas, viaja a Europa a completar sus estudios. Entonces se publica la segunda novela filipina escrita en español —pero primera en importancia—, Noli me tángere (1887), de José Rizal (1861-1896). En ella, el autor describe la sensación que experimenta su trasunto narrativo cuando observa un jardín botánico en Manila y le recuerda a aquellos que el personaje había visto en Europa. En el pasaje se advierte que este fenómeno de contemplar lo archipelágico con ojos occidentales también ha llegado a los filipinos en una de las muchas ramificaciones de la colonialidad del poder (Quijano, 2000). Benedict Anderson teorizó este fenómeno a partir del pasaje de Rizal en su libro The Spectre of Comparisons (1998), y Yolanda Martínez-San Miguel escribió sobre la importancia que tiene para las narrativas nacionales de sus respectivos países que los líderes independentistas caribeños y filipinos hubieran vivido largo tiempo en Europa y tuvieran una identidad híbrida, contando entre estos líderes a José Rizal y entre estas narrativas su Noli me tángere (2014). Pero el fenómeno es de ida y vuelta, como lo fue el galeón de Manila a partir de Urdaneta, y se dan fenómenos como el de Paz Mendoza-Guazon (1884-1967), médica, escritora y sufragista filipina que explicaba en sus Notas de viaje (1930) cómo se asemejaban las queserías holandesas a las filipinas y cómo los restaurantes chinos de Londres no tenían nada que envidiar a las karinderias de su tierra (Villaescusa, 2018), dando la vuelta al tópico y mirando, digamos, con gafas filipinas lo observado en Europa.
Las comparaciones son odiosas y a veces, en efecto, demoniacas, pero evidencian que una parte de la literatura filipina se ha forjado sobre estos intercambios que son, de alguna manera, diálogos transoceánicos. En el libro Transnational Philippines, Axel Gasquet y yo argumentábamos que, debido entre otras razones a este carácter transnacional, sobre la literatura filipina en español pesaba esta losa de la marginalidad, el silencio y el olvido del panorama de las literaturas hispánicas en tiempos recientes (Ortuño Casanova y Gasquet, 2024, pp. 5-7). Uno de los problemas que aducíamos era que muchos de los autores y autoras y sus obras no encajaban exactamente en ninguna de las literaturas nacionales monolingües en las que estamos acostumbradas a compartimentar el campo literario ni en ninguno de los géneros que encorsetan la definición occidental de literatura. Sin embargo, aunque desde España resuene mucho la palabra «olvido» en lo que concierne a Filipinas, en realidad el archipiélago y sus literatos han tenido una presencia periódica y por momentos álgida en el campo cultural español en ciertas épocas. Google N-Grams indica varios de estos momentos desde finales del siglo XIX (véase ilustración 1): 1867, 1887, 1897, 1904 y 1967.

Ilustración 1. Gráfico de Google Books N-Gram Viewer que detalla la frecuencia por años de las palabras Filipinas (en azul), Manila
(en rojo) y Joló (en verde) dentro del corpus de Google Books en español entre 1850 y 2000. https://books.google.com/ngrams/
graph?content=Filipinas%2CManila%2CJol%C3%B3&year_start=1850&year_end=2000&corpus=es-2019&smoothing=0
Paso a detallar el contexto de estos picos en la presencia filipina en el ambiente cultural y los libros de la época.
En 1867, el año previo a la llamada Revolución Gloriosa española, que dio pie al sexenio democrático tras derrocar a Isabel II, repercutieron varias leyes relativas a Filipinas que se habían ido fraguando desde 1863. De hecho, los textos que aparecen reflejados en ese año en Google Books Ngram Viewer son casi todos de carácter jurídico: un Programa y reglamento de segunda enseñanza para las Islas Filipinas que es consecuencia directa de la ley de instrucción en Filipinas, tal y como indica el proemio (1867, p. 3); un reglamento para igualar las pesas y medidas legales del territorio español (Torrent, 1867) o un Manual del gobernadorcillo, donde se indica cómo ha de proceder en su labor esta figura de poder civil local desempeñada por personas nativas (Temprado, 1867) son algunos ejemplos de los textos que se publicaron en torno a este primer pico de menciones, escritos por españoles que intentaban transformar la legislación vigente en las colonias restantes.
Son, los previos a 1885, años de escasa producción literaria filipina en español, al menos por parte de filipinos. Destacan algunas excepciones, como un Diccionario humorístico-filipino, editado por alguien bajo el seudónimo Rikr (1871), que compila pequeños poemas dedicados a diferentes conceptos universales, como el «amor», o puramente filipinos, como el «buyo», siempre desde un tono satírico. Aunque desconocemos la identidad del autor, debía ser un peninsular destinado temporalmente a Filipinas o un criollo, por tratar de «otros» a los naturales del país y a los religiosos. Sea quien sea el autor, especifica en el prefacio su voluntad de distanciarse de motivaciones políticas, lo que a su vez lo diferencia del poemario predecesor en lengua española, el Parnaso filipino de Luis Rodríguez Varela (1814), criollo con ideas propias sobre las necesidades de gobierno que desarrolló una literatura eminentemente panfletaria (De Llobet, 2018).
En esta misma década de 1870, pero ya tras el motín de Cavite de 1872, en el que asesinaron, entre otros frailes, a José Burgos, supuesto autor de la novela crítica con el dominio colonial español La loba negra (Araneta, 1959; Burgos, 1958; Schumacher, 1970), comienza la copiosa producción literaria de José Felipe del Pan. Del Pan fue uno de esos sujetos que, al pertenecer a un espacio transoceánico con un pie en Filipinas y otro en España, se escurrió de las historias de la literatura nacionales. Español de nacimiento, partió a Filipinas con unos treinta y tres años y pasó allí cuatro décadas, desde donde sacó adelante como director La Oceanía Española, uno de los periódicos de la época más distribuidos en el archipiélago cuya imprenta fue crucial para la difusión de la literatura en lengua española —original o traducida— en Asia (Garvida, 2022). Si bien había quedado en ese espacio de nadie entre dos aguas, en 2021 la Philippine Historical Commission reivindicó su figura en el contexto del segundo centenario de su nacimiento (Recognizing José Felipe Del-Pan, Champion of Nascent Philippine Studies, on His 200th Birth Anniversary, 2021). No en vano fue autor de múltiples novelas costumbristas sobre Filipinas publicadas en Manila, como El aderezo de Paquita: historieta original de costumbres filipinas (Del Pan, 1887) o Idilio entre sampaguitas (Del Pan, 1886). Casi todas sus novelas constan como segunda edición en su versión facsímil, ya que la primera edición tuvo lugar de manera seriada en el periódico.
El segundo gran pico se da precisamente entre 1885 y 1887, en el esplendor de la imprenta de La Oceanía Española. Se dan dos circunstancias: en 1885 España renuncia a su soberanía en la parte noreste de la isla de Borneo a favor de la British North Borneo Company, lo que fue sonado en prensa y dio una estocada dura al colonialismo español tras la emancipación de los territorios americanos. Dos años después, en 1887, Víctor Balaguer, ministro de Ultramar catalán, liberal y masón que frecuentaba los mismos círculos en los que se desenvolvían los ilustrados filipinos en España, decide organizar una exposición filipina en el Parque del Retiro de Madrid con el objetivo de consolidar la presencia española en el archipiélago y dar a conocer estas islas, ignotas para el común de la ciudadanía española y uno de los últimos territorios coloniales que podría —esperaban— traer algo de esplendor económico al país (Sánchez Gómez, 2003, p. 35). En torno a este evento, se promociona la publicación de obras sobre Filipinas escritas tanto por filipinos, como es Isabelo de los Reyes, quien con su obra El folk-lore filipino (1889a) ganó la medalla de plata del concurso de textos filipinistas organizado en torno a la exposición, como por españoles, con el objetivo de complementar el conocimiento que la ciudadanía podría adquirir en el evento (A. Blanco, 2012, p. 69). Tanto este libro de los Reyes como sus siguientes publicaciones que aparecen estos mismos años, Artículos varios sobre etnografía, historia y costumbres del país (1887), Historia de Filipinas (1889b) e Historia de Ilocos, cuya segunda edición se publicó en 1890, son de sumo interés. Por un lado, estas compilaciones de reflexiones, artículos históricos, cuentos tradicionales autóctonos y poemas de Leona Florentino, madre del autor, que aparecen traducidos del ilocano al español en el tercer capítulo de El folk-lore filipino, forman parte de un impulso propagandista mayor de todo un conjunto de intelectuales, entre los que se encuentran Rizal y el resto de los ilustrados, para dar a conocer la ignota Filipinas en la península ibérica. Pero, a la vez, en esa recopilación de historias locales que tan bien casaban con el auge de los estudios folclóricos a finales del siglo XIX hay una voluntad de arraigo identitario que después, destilado, se traduciría en la revolución independentista de 1896. Los llamados «cuentos folclóricos», que inundan la producción filipina desde la obra de De los Reyes en diversas modalidades, y tenemos como ejemplo paradigmático el volumen recientemente reeditado Cuentos de Juana, de Adelina Gurrea (1943, 2021), ponen en valor los saberes precoloniales y singularizan la cultura filipina (véase ilustración 2).


Ilustración 2. Portadas de El folk-lore filipino, de Isabelo de los Reyes, y de Cuentos de Juana, de Adelina Gurrea, obras que recuperan
leyendas autóctonas filipinas y las convierten en literatura escrita. (Imagen: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes).
Debido precisamente a la perspectiva eurocéntrica que impera en los estudios literarios en español, raramente estos cuentos folclóricos son valorados como literatura, a no ser que estén insertos en novelas, cuentos, discursos u obras de teatro, pero constituyen un valioso testimonio de la literatura oral que es fuente fértil de personajes e historias futuras. Sin embargo, este testimonio y este cuestionamiento identitario no se limitan a ahondar el conocimiento de los españoles sobre el archipiélago: las obras de De los Reyes se publican a menudo en Filipinas —es más, se publican a menudo en la imprenta de La Oceanía Española—, ofreciendo al público manileño material para la reflexión sobre sus propios orígenes e identidad.
La literatura folclórica fue acompañada en estos años por la literatura costumbrista desarrollada, además de por españoles y españolas en el archipiélago[1], por los filipinos ilustrados que mencionaba al principio, y en especial por Pedro Alejandro Paterno, curioso y prolífico personaje que fue autor de la primera novela filipina, Nínay, publicada en Madrid (1885).
Por otra parte, se dan también múltiples noticias en la prensa en torno a la exposición, de lo que informa Luis Ángel Sánchez Gómez en la sección dedicada a la cobertura en prensa del evento del libro Un imperio en la vitrina (2003). Algunas de estas contribuciones se recopilan en volúmenes, como es el caso de los artículos acerca de Filipinas aparecidos en el diario El Globo, que, según Alda Blanco, «textualiza las Filipinas al ensamblar una representación panorámica y enciclopédica del archipiélago, y como tal puede considerarse el texto más completo que resultó de la exposición» (A. Blanco, 2012, p. 70). Aunque Blanco y Sánchez Gómez se centran sobre todo en las publicaciones de españoles en la prensa, el evento fomenta un intercambio y unos interesantes debates entre filipinos y españoles, que tenían diferentes visiones de la exposición y de la imagen exotizada que se daba de los filipinos en esta. Cabe incluir en un artículo sobre literatura estos intercambios en forma de editoriales, cartas y reportajes por constituir breves ensayos, a menudo escritos por literatos, que son, sin duda, parte de la literatura hispanofilipina, la cual naturalmente y ya desde la elección del idioma español está completamente inserta en su contexto histórico y político. Fue sonada la discusión que se organizó en la prensa española, con epicentro en El Liberal, a tenor de la publicación del artículo «Ellos y nosotros» por parte del periodista turolense Pablo Feced, «Quioquiap». En él, utilizando una retahíla importante de tópicos colonialistas, califica a los filipinos de niños grandes carentes de virilidad y los describe físicamente, apelando a teorías neodarwinianas y profundamente racistas desde la diferencia con el «tipo caucásico» para concluir que «por cualquier lado que se les mire siempre aparece el pigmeo y siempre un abismo entre ellos y nosotros» (Feced, 1887). La reacción fue casi inmediata. Uno de los ilustrados amigos de Paterno y de Rizal que vivían en Madrid, Graciano López Jaena, escribió para el mismo periódico un artículo que se publicó tres días después, titulado «Los indios de Filipinas», en el que va rebatiendo los insultos racistas y reivindicando la importancia de los nativos del archipiélago en la historia de España. Así, un extracto del artículo reza (la cursiva está en el original e indica citas literales tomadas del artículo de Quioquiap):
Esos cuerpos flacos sin ropa y flaco cacumen, esos cerebros sin ideas, esa raza antropoide de la familia cuadrumana, ese montón inanimado de humanos seres fueron las que un día pelearon virilmente al lado de muy contados españoles contra la invasora flota del chino Limahong; esos pigmeos sin energía, esa colección de adolescentes, de niños grandes, esos malayos sumisos y de rodillas ante el castila de pie demostraron su energía, su valor, su virilidad, bien a pesar de Quioquiap, derrotando con Simón de Anda y Zalazar de gloriosa memoria a la reina de ellos mares, a la poderosa Inglaterra […]. (López Jaena, 1887).
El embrollo fue más allá: el año siguiente, Quioquiap acabó publicando un libro, Filipinas: Esbozos y pinceladas (Feced, 1888), en el que continuaba su discurso racista. El libro fue reseñado de manera elogiosa ni más ni menos que por doña Emilia Pardo Bazán en la revista Nuevo Teatro Crítico (1891). En dicha reseña aprovechaba para poner en entredicho las opiniones expresadas por el doctor Ferdinand Blumentritt, nacido en la Praga bohema[2] y amigo de José Rizal, en un debate sobre las instituciones españolas en Filipinas entablado con el español Vicente Barrantes. Sobre las opiniones de Blumentritt, afirma Pardo Bazán:
[…] Me inclino bastante a las que Blumentritt llama instituciones fraileras; porque me consta que dominicos y franciscanos mantienen muy encendido en sus corazones aquel fuego patriótico de que dieron tan gallarda muestra cuando los franceses nos invadieron a principios del siglo. (1891, p. 78).
Por supuesto, el bohemo protestó. También lo hizo, al parecer, un tal González Lakandole desde Filipinas, y doña Emilia replicó quitándose de en medio y afirmando que en cualquier caso ella no era filipinóloga. A pesar de no serlo, todavía escribió al menos dos cuentos relacionados con la pérdida de Filipinas en 1899: «La exagüe» y «Página suelta» (Bardavío-Estevan, 2018). En cuanto al libro de Quioquiap, produjo otra respuesta primero en las páginas del periódico La Solidaridad y luego como obra autónoma: Antonio Luna y Novicio, otro de los ilustrados habitantes en Madrid, publicó un libro de impresiones de España en el que se burlaba de la pereza y la ignorancia de los españoles, la sequedad de los parajes y múltiples otras facetas de la península, concluyendo que no era de extrañar que los españoles partieran a Filipinas, donde engañaban a los autóctonos cantando las maravillas de su lugar natal (Guillén Arnaiz, 2024; Luna y Novicio, 1891). Antonio Luna le da así también la vuelta al tópico eurocéntrico del «demonio de las comparaciones» para ver España en comparación con Filipinas, que queda como paradigma desde donde definir la otredad en su obra.
Además de los textos surgidos en torno a la Exposición Filipina en el Palacio de Cristal de Madrid, el repunte de 1887 también coincide con la publicación del periódico La Solidaridad por parte de filipinos que vivían en España y de Noli me tángere (Rizal, 1887), novela icónica de la literatura filipina que critica el modelo colonial español implantado en el archipiélago y el poder que se le daba a la curia. De esta novela, de corte costumbrista y censurada en España, se ha dicho que se asemeja a Doña Perfecta, de Benito Pérez Galdós (A. Castroverde, 2021; A. C. Castroverde, 2020; Gabilondo Alberdi, 2013). Los diálogos naturales o forzados por la crítica de Rizal con otros intelectuales y escritores a partir de esta novela se expanden más allá del autor costumbrista canario para compararlo con otros caudillos independentistas de la época, como es el caso de José Martí (Hagimoto, 2013b). Escribir Noli me tángere y su continuación, El filibusterismo (1891), le costó a José Rizal la vida: fue fusilado por el ejército español en 1896, en una polémica decisión que fue lamentada por muchos intelectuales españoles a posteriori. Entre ellos se encontraba Miguel de Unamuno, coetáneo de Rizal, quien, en el epílogo que redacta para la biografía del filipino, explica que debieron, de hecho, coincidir por los pasillos de la Universidad Central de Madrid allá por la década de los ochenta del siglo XIX (Retana, 1907). Unamuno afirmaba que Rizal era un buen español y que representaba la España crítica y diversa en la que él creía. Esta idea, repetida en la inauguración del curso académico 1936-1937 en el paraninfo de la Universidad de Salamanca, le valió el desafecto del régimen franquista y los gritos vociferantes contra la inteligencia de su ministro de propaganda, Millán Astray (Donoso, 2019).
La fecha de 1898 se corresponde más bien al rango que va de 1896 a 1898. En ese entonces las noticias sobre la revolución filipina inundaban las páginas de los periódicos de varios países de Europa. En los territorios anglosajones, las páginas de los diarios abundaban en relatos edulcorados sobre el matrimonio in extremis al parecer celebrado justo antes del fusilamiento de Rizal con la hongkonesa de origen irlandés Josephine Bracken (véase ilustración 3).


Ilustración 3. Artículo en The Evening Express de Gales (15 de abril de 1899) que cuenta la historia de Rizal y Bracken siguiendo
el libro The Philippines and Round About del mayor del ejército británico en India George Younghusband. https://newspapers.
library.wales/view/3284679/3284683/87/. A la derecha, la portada de dicho libro digitalizado por Google Books y disponible
en https://archive.org/details/philippinesandr00unkngoog/
Por su parte, los periódicos mexicanos liberales como El Continente Americano o La Patria y de otras partes de América y el Caribe se llenan con reivindicaciones de la vida y obra de Rizal y con artículos de apoyo a la revolución filipina[3]. Hay alguna excepción, como la crónica de la periodista cubana Avelina Correa de Malvehy, en la que se da la curiosa circunstancia de que deplora y ataca ferozmente la revolución filipina, pero ensalza y apoya la cubana. La razón es que vivió la revolución desde la propia Filipinas, donde habían destinado a su marido y donde lo mataron los rebeldes (Correa de Malvehy, 1908).
En España, por supuesto, los reportes de la situación eran casi diarios. Con el interés que se generó hacia el archipiélago, el ambiente y el mercado eran propicios para la publicación de libros sobre el tema y la circunstancia se aprovechó: decenas de soldados españoles escribieron sus crónicas de la guerra filipina, entre ellos algunos especialmente conocidos, como son el médico y novelista Felipe Trigo[4], quien plasmó su experiencia como médico en Mindanao en La campaña filipina. Impresiones de un soldado (1897) o el archiconocido texto de Martín Cerezo El sitio de Baler, cuya segunda edición fue prologada por el mismísimo Azorín (1904) y que años más tarde sería reescrito por Enrique Llovet para la colección La Novela del Sábado (1954) y para el guion de la película Los últimos de Filipinas (Román, 1947). En el lado filipino también hubo publicaciones en prensa constantes acerca de la situación de la guerra que en ocasiones también se compilaron y editaron en forma de libro (Groizard, 1897). Por otra parte, aparecieron varios testimonios en primera persona de víctimas de la guerra que narran sus desventuras desde el lado contrario del de los famosos «últimos de Filipinas» (Durán, 1900; Martínez, 1900; Rodríguez de Prada y Rodríguez de Prada, 1901), así como, algo más tarde, aparecen el testimonio y documentos de varios de los líderes, antiguos ilustrados reconvertidos en políticos y soldados. Es el caso de Felipe G. Calderón, que publica Mis memorias sobre la revolución filipina (1907) y de Mariano Ponce, cuyas Cartas sobre la revolución aparecieron de manera póstuma editadas por Teodoro M. Kalaw, director de la Biblioteca Nacional de Filipinas (1932), o de Apolinario Mabini, cuyo libro La revolución filipina (con otros documentos de la época) es publicado también por Teodoro M. Kalaw con claros fines políticos en el escenario de los años treinta, en medio de la pugna cultural y lingüística con Estados Unidos (Mabini, 1931), con el objetivo de reivindicar a los héroes de la patria que habían escrito en lengua castellana.
Si atendemos a las historias clásicas de la literatura española, tras el llamado «desastre» del 98, que consistió en la emancipación de las últimas colonias ultramarinas de España[5], el interés hacia esos territorios se apagó y las publicaciones se centraron en la España peninsular, dejando de lado las fallidas empresas imperiales, que, según los regeneracionistas del momento, tan maltrecha habían dejado la economía del país. Es ese momento de depresión que alentó la escritura pesimista de la llamada Generación del 98, ensimismada en el tema de Castilla y sin poner ya ojos en el exterior. Sin embargo, hemos visto que en 1904 Miguel de Unamuno escribía sobre Rizal en la biografía que Wenceslao Retana publicó sobre el filipino, y que José Ruiz Azorín prologaba una nueva edición de El sitio de Baler ese mismo año. De hecho, en el gráfico de Google se aprecia entre 1903 y 1904 un repunte de publicaciones sobre Filipinas. Se intuyen dos razones: la primera tiene en cuenta que Google NGrams toma todos los textos, libros y periódicos publicados en lengua española en estos años. En Filipinas se da la circunstancia de que, tras la victoria estadounidense en la guerra contra España (1898) y contra Filipinas (1902), el cambio de poder colonial se tradujo, entre otras cosas, en una mayor apertura de la prensa por caída de la censura española[6], con lo cual proliferaron los periódicos dirigidos por filipinos y escritos en lengua española, que era en la que estas personas se habían educado (Checa Godoy, 2015). Estos periódicos, obviamente, trataban sobre temas filipinos, con lo cual vemos ahí parte del repunte de menciones al país en obras en lengua castellana tras la guerra. Por la parte española, la razón parece ser, una vez más, que un evento histórico propició cierto renovado interés sobre Filipinas en la prensa que se vio reflejado en el mercado editorial. El evento en cuestión es el nombramiento de Bernardino Nozaleda como arzobispo de Valencia, hecho que fue publicado en la prensa el 31 de diciembre de 1903. Nozaleda era el arzobispo de Manila en el momento en que fusilaron a José Rizal. Según la biografía de la Real Academia de la Historia[7], Nozaleda intentó convencer infructuosamente al general Polavieja de que no fusilara al intelectual filipino que se convirtió, tras su asesinato, en héroe nacional. La biografía de la Real Academia de la Historia no se distingue por ser exactamente ecuánime y perfila a Nozaleda como víctima en Filipinas de «diarios tendenciosos y anticlericales, como El Progreso y La Democracia», con lo que el clérigo convence a los dominicos —siempre según la biografía consultada— de fundar el periódico Libertas, con el objetivo de defender el catolicismo y a su persona. Por otra parte, durante la guerra hispanofilipina y filipinoamericana, mantuvo contactos con los estadounidenses y fue acusado de entregar Manila al capitán Dewey. Dimitió como arzobispo de Manila y llegó a Roma primero y luego a España, donde su nombramiento como arzobispo fue intensamente atacado por la prensa liberal (Escrivá Salvador, 2018). Es de destacar el caso del periódico El Pueblo, dirigido por Blasco Ibáñez, que al ser de Valencia dio gran y prolongada importancia al caso[8]. El día 2 de enero, de hecho, publican un artículo titulado «Tempestad contra Pezuñardo» en el que recopilan la reacción de la prensa nacional ante el nombramiento de Nozaleda. Reproduzco un fragmento:
La prensa se ocupa del nombramiento del traidor Nozaleda para la diócesis de Valencia. El Liberal, ocupándose del asunto, dice: «El nombramiento del P. Nozaleda para la archidiócesis de Valencia, es un insulto que el gobierno hace a todos los españoles, en cuyo corazón no se halla extinguido el espíritu de la patria. […] Este fraile a quien sigue proceso nuestra Audiencia por lo ocurrido en el Monte de Piedad de Manila, es el arzobispo de Valencia. Ese fraile personifica mejor que nadie nuestras vergüenzas de 1898».
Cree El Liberal que antes de que en el Congreso se pida el expediente del arzobispo dimisionario de Manila, España se apresurará a protestar contra tal nombramiento.
El Globo dice: «los conservadores han puesto un epílogo al año de 1903. El S. Maura ha puesto el suyo, por cierto, bien triste, con el nombramiento del P. Nozaleda para el arzobispado de Valencia. […]».
El País se expresa en los siguientes términos: «Ayer se consumó la gran vergüenza. El ministro de Gracia y Justicia puso a la firma del rey el nombramiento del arzobispo de Valencia a favor del P. Nozaleda».
El Heraldo dice que Nozaleda no puede ni debe ir a Valencia. Confía que un soplo de buen sentido, revocará tan arrebatado acuerdo. […]
El Diario Universal combate también el nombramiento del P. Nozaleda para arzobispo de Valencia. («Tempestad contra Pezuñardo», 1904).
La situación se azuzó con una carta de autodefensa del propio Nozaleda y se resolvió con su (nueva) renuncia en febrero de 1905 y, con ello, la presencia de Filipinas en la prensa española y en las editoriales, que se había incentivado a partir del suceso, se fue diluyendo (véanse ilustraciones 4 y 5).

Ilustración 4. Libros escritos por españoles sobre Filipinas entre 1896 y 1910 recogidos en la base de datos Filiteratura. https://filiteratura.uantwerpen.be/database/

Ilustración 5. Libros considerados literarios publicados o reeditados entre 1896 y 1910 de autores filipinos en español según la base de datos Filiteratura. La escasez se explica porque
gran parte de la literatura filipina en español se publicó en los periódicos. Conforme avanza la década de 1910 a 1930, aumenta la producción.
Filipinas comienza a aparecer en la literatura de viajes y en la de ficción no tanto como escenario o como objeto de la narración, sino como punto de paso hacia Shanghái, Japón u otros destinos. Es el caso de la presencia filipina en el libro de Vicente Blasco Ibáñez La vuelta al mundo de un novelista (1924) o de la novela de Pío Baroja —otro noventayochista— La estrella del capitán Chimista (1930), entre otras obras[9], especialmente hasta la década de 1930, momento en que también comienza el declive definitivo de la lengua española en Filipinas con la declaración del filipino con base tagala como lengua común del país junto con el inglés. Esta decisión tomada por Luis M. Quezon, quien sería el primer presidente de la II República de Filipinas, pone punto final a la pugna entre el inglés y el español en el campo cultural filipino, con lo que, salvo unos pocos recalcitrantes, las personas hispanohablantes de Filipinas se rinden a la evidencia de que el futuro de la literatura y de la sociedad están escritos en lengua inglesa. De hecho, algunos autores que escribían en español o que eran hispanohablantes ya habían comenzado a hacerlo en inglés y en español o se habían pasado directamente al inglés. Es el caso de Nick Joaquin, Carlos P. Rómulo, Paz Mendoza-Guazon, Purita Kalaw, Claro M. Recto o Leon M. Guerrero. Más raro es el caso de aquellos que habían empezado a escribir en español y se pasan a la lengua filipina, como hizo el dramaturgo Severino de los Reyes.
Si nos fijamos, aunque no sea el repunte más marcado, en torno a los años de la Segunda Guerra Mundial, y en concreto entre 1943 y 1947, vuelve a haber cierta actividad en torno a Filipinas en textos impresos en lengua española. Se debe, por un lado, a las memorias de la Segunda Guerra Mundial escritas en español, que abundaron tanto en España como en Filipinas (Gasquet, 2018; Ortuño Casanova, 2018) y hasta aparecieron algunas en Puerto Rico (Cordero, 1957), Perú (Delgado, 1942) y Chile (Zegri, 1947). Y, por otro lado, al hecho de que ese año se fletó un barco desde España y otro desde Filipinas para regresar a los españoles que así lo desearan a la península. El régimen franquista estaba escenificando en este momento inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial un acercamiento desesperado a Estados Unidos y el distanciamiento del eje formado por Alemania, Italia y Japón. El distanciamiento del eje comienza en realidad con el ataque japonés al consulado de España en Manila en 1945 y se refuerza tras la pérdida de la contienda por parte de japoneses, alemanes e italianos, subrayando la supuesta neutralidad de la España franquista. Por estas razones y con el objetivo de estrechar también lazos con la antigua colonia, una de las pocas que recibió el franquismo con los brazos abiertos y con la que el falangismo podía dar rienda suelta a su ensoñación imperialista, a partir de 1947 y durante algunos meses, los periódicos españoles se inundan de noticias filipinas una vez más. Esta vez, además, le acompañan las carteleras de cine y se publican varios números de Hazañas Bélicas ambientados en la Filipinas de la Segunda Guerra Mundial (Ortuño Casanova, 2021b).
El último pico lo vemos en torno a mitad de los años sesenta, cuando se dan dos visitas de autoridades filipinas a dos países hispanohablantes: México y España. El intercambio filipino-mexicano durante el mandato del presidente Adolfo López Mateos en 1964 y los discursos de hermandad que se generaron a uno y otro lado del Pacífico los analiza Paula C. Park en su libro Intercolonial Intimacies (2022). Por otra parte, en 1965 parte una expedición española encabezada por el cuñadísimo de Franco, el marqués de Villaverde, e impulsada (y acompañada) por el ministro de Asuntos Exteriores español, Fernando María Castiella, a Filipinas para celebrar el cuarto centenario de la evangelización del país, que gozó de amplia cobertura[10]. Visitaron al presidente Diosdado Macapagal en febrero de 1965, devolviendo la visita que el filipino hiciera a España en 1962. Pocos meses después, ese mismo año, llega al poder Ferdinand Marcos, que se erigiría en dictador tras la ley marcial de 1972. Estas visitas diplomáticas sirvieron para reavivar una idea de hispanidad basada en la de Ramiro de Maeztu, pero muy poco sustentada en Filipinas, donde en ese momento la lengua española era completamente marginal y la poca producción literaria que se daba en español era por lo general de carácter nostálgico.
Vemos, por tanto, que a pesar del reclamo habitual de que la literatura filipina y Filipinas en general es algo desconocido y alejado de la esfera cultural española (e igual sucede con lo español en Filipinas), lo cierto es que periódicamente han ido apareciendo destellos en la prensa y en el campo cultural. Ciertamente, por lo visto, la literatura ha sido vehículo de transmisión de ideas e imágenes sobre Filipinas en España, pero normalmente alentada por eventos y presencia en prensa que han propiciado el interés del mercado editorial en lo que pueden considerarse «modas». El último boom literario en el que surgieron varias decenas de novelas de autoría española ambientadas en Filipinas se dio en la primera década del siglo XXI, al calor editorial del éxito de la Memoria Histórica (Ortuño Casanova, 2015). A pesar de esta presencia, de este goteo de información sobre Filipinas, es cierto que es difícil encontrar algo filipino en los temarios de literaturas en lengua española de centros educativos no solo españoles, sino mundiales, debido a la tradicional división del área en literatura española y literatura latinoamericana, o a la división en literaturas nacionales, que lo filipino reta a causa de su marcada raigambre transnacional.
Paradójicamente, es esta misma circunstancia de la transnacionalidad la que ha hecho que en los últimos años, gracias al auge de los estudios transpacíficos, Global Literary Studies, estudios de la hispanofonía global, Area Studies, etcétera, se esté recuperando esta literatura e integrando en el puzle de la república mundial de las letras. Prueba de esto son las recientes publicaciones que se centran en comparar los procesos filipinos con los de otros países (B. R. O. Anderson, 2005; Hagimoto, 2013a; Hartwell, 2017; C. S. Hau, 2014; Lifshey, 2012; Martínez-San Miguel, 2014). Por otra parte, algunos investigadores e investigadoras han trazado los diálogos que se han establecido entre Filipinas y otras regiones. El libro de Paula Park Intercolonial Intimacies (2022), ya mencionado, desgrana las relaciones entre los países de la América continental y Filipinas, en especial México, entre 1898 y 1964. También el interés creciente en el estudio de los libros de viajes como textos literarios eminentemente transnacionales y sus ediciones están contribuyendo a esta renovada visibilidad de lo filipino en los estudios literarios en español, que relata Jorge Mojarro en un artículo reciente (2021), e incluso esperamos que este impulso investigador tenga repercusión en las aulas[11].
¿Qué queda entonces? Se me ocurren dos vías de continuación para que la literatura filipina en lengua española se integre de manera normal en las literaturas en español: por un lado, traspasar la barrera de los estudios transatlánticos y los transpacíficos para llegar a los transoceánicos, que permitan incluir, más allá de la relación entre España, África y América, o de América y Asia, la circulación de personas, ideas y productos culturales entre Europa, América y Asia. Por otro lado, el estudio de la literatura filipina en conjunto y en diálogo interlingüístico, ya que, por limitaciones idiomáticas, suelen estudiarse de forma aislada: por un lado, la literatura filipina en español; por otro lado, la literatura filipina en lenguas autóctonas; y por su propio lado, la literatura filipina en lengua inglesa[12]. En este sentido, sospecho que los avances de los estudios digitales y las traducciones basadas en aprendizaje computacional (machine learning) pueden ser la clave para lograr un estudio comprehensivo del campo literario filipino en el siglo XX.
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Cómo citar este artículo: Ortuño Casanova, R. (2024). La literatura filipina en español en el contexto de los estudios transoceánicos: de Filipinas a España y vuelta (siglos XIX y XX). TSN. Transatlantic Studies Network, (17), 57-68. https://doi.org/10.24310/tsn.17.2024.20139. Financiación: este artículo no cuenta con financiación externa.
[1] En cuanto a españolas, cabe destacar la novela Pacita o la virtuosa filipina de Antonia Rodríguez de Ureta (1885), que pasó algunos años en Filipinas.
[2] Bajo el reinado de los Habsburgo y asimilada a Austria, con lo que a Blumentritt se le suele considerar austriaco.
[3] Este enlace (https://hndm.iib.unam.mx/consulta/busqueda/buscarPalabras/?palabras=Rizal&orden=titulo_sort-asc&strDespliegue=ficha&max=20&filtros=tipoAcceso%3Atrue&filtros=fecha%3A%25221896%2522&filtros=fecha%3A%25221897%2522&filtros=fecha%3A%25221898%2522&filtros=fecha%3A%25221899%2522&offset=0) lleva a las 96 instancias que resultan de buscar «Rizal» en periódicos digitalizados de acceso abierto en la hemeroteca digital nacional de México entre 1896 y 1899.
[4] Felipe Trigo escribió, después de su campaña en Mindanao, varias novelas ambientadas en Filipinas, incluidas algunas de corte erótico como Las Evas del paraíso (Trigo, 1900, 1916, 1923).
[5] Es decir, separadas de la península ibérica por uno o varios océanos. Hay que tener en cuenta que todavía quedaban territorios bajo dominio español en África que, con uno u otro eufemismo, lo cierto es que eran coloniales, así que el adjetivo «ultramarinas» es importante.
[6] Aunque también existió la censura estadounidense. Véase el artículo de Glòria Cano «Filipino Press between Two Empires: El Renacimiento, a Newspaper with Too Much Alma Filipina» (2011).
[8] Según la Biblioteca Virtual de Prensa Histórica, hay 182 menciones a Nozaleda en el diario El Pueblo en 1904.
[9] Para más información sobre obras de españoles que mencionan Filipinas en estas primeras décadas del siglo XX, véanse los artículos «De paso por Manila. Impresiones de Filipinas en el relato español de viajes de circunnavegación» (George JR., 2020) y «A Journey through Spanish Literature on the Philippines: From the Late Nineteenth Century to the Twenty-first Century» (Ortuño Casanova, 2021a).
[10] Por ejemplo, se recoge en el NO-DO del 1 de marzo de 1965, https://www.rtve.es/play/videos/nodo/not-1156/1477127/. Además, a su vuelta, en mayo, el marqués de Villaverde pronunció una conferencia en el Instituto de Cultura Hispánica sobre el tema (Martínez Bordiú, 1965).
[11] Desde el proyecto DigiPhiLit hemos estado trabajando en este sentido, mediante la creación de un MOOC gratuito sobre literatura hispanofilipina https://urjcx.urjc.es/courses/course-v1:URJCx+URJCx115+AH/about y la publicación de una Introducción a la literatura hispanofilipina en acceso abierto en la editorial Routledge (Ortuño Casanova et al., 2024).
[12] Algunas excepciones en esta fragmentación son los trabajos de académicos como Caroline Sy Hau (2000, 2018) o John D. Blanco (2009, 2023).